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lunes, mayo 06, 2024

DIVAGACIONES AL ORIENTE DEL RON Distopía Pandémica

 



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 Alonso de Molina 

  DIVAGACIONES

AORIENTE DEL RON

Distopía Pandémica

Una Oveja en el Rebaño 

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En este link puedes leer una reseña escrita por el poeta
Raúl Arias Chancusi


 Contenido

Sinopsis

Exordio

I

II

III

IV

V

VI

VII

VIII

IX

Distopía Pandémica

DaTe tiempo. DaMe tiempo. DaLe tiempo

Bullying sin sístole ni diástole

La mejor obra de arte eres tú

Un tatuaje para ocultar los miedos

Dos risas paralelas cantando

El vértigo de un tiempo detenido

El alfa y el omega de la promiscuidad

El brillo de un metal afilado

El único paraíso a explorar

Podría ser todo y no ser nada

Las letras que no escribiste

Andas la sombra y los caminos

Forjado entre las luces de un poema

La naturaleza no te necesita para nada

Telas para tapar las bocas

Los signos de la lluvia tiemblan

La poesía, como la morfina, alivia

Confieso que he besado a mujeres

Cayendo va la luna

Besar será todo un desafío

La mano que acaricia tu mano

Alguien está rezando en silencio

El ego de la piedra

Sin enroque posible

Alguien va a matarme y ni siquiera él lo sabe

Diecisiete de enero dos mil veintiuno

Dios baja sus manos

Tus sienes y mi hambre es un desnudo que tiembla

Morder una manzana

CoronaSex

Después de todo

Nota del Autor

 


 

Sinopsis

Tendremos que ajustar la sangre a la tristeza, observar a la luna en su color más rosa y escuchar sus latidos por la boca de un pájaro en silencio.

Quisiéramos llevar la misma vida de cuando todo era cuerdo y natural sin fingir que aún andamos buscando a dios, pero tras los aplausos, todas las palabras callaron atadas a la noche.

Es este un tiempo cruel no se calman los lirios, la fauna y la botánica hacen patria pretendiendo del agua alimento y oxígeno, esto no va con ellos. Nuestro sustento es ladear la pulsión, ignorarla y ser fuertes, después de tantos muertos el asunto huele a engendro.

El dios de los caídos, de apetito insaciable, va devorando humanos en su afán de limpiar este planeta hostil; Lucifer no le sirve y nosotros, soberbios, lo ignoramos.

 


Exordio

Sabes que las palabras cobran fuego, que la tierra es semilla y que un poema es la madre de todas las palabras. Sabes que el ser se crece, y que el dolor, la desazón, la angustia son solo signos de pureza ante la escarcha y el miedo.

I

Ahora que estábamos a punto de remendar el mundo, de zurcir sus desaires y atropellos, de equilibrar el oxígeno y la carne entre tanto espectro humano que camina las calles sin resuello…   ahora que los obispos empiezan a entender que las manos se besan por amor y no por devoción, que el pecado es dilema metafísico y no aflicción; que la paz, la concordia, la justicia, la libertad... no son reiterativos discursos de arcángeles ni políticos, que lo más sagrado somos tú y yo y ese y aquel y José y Manuel y Mao y Mohamed... que todo el oro es falso si la luna se duerme en los confines del fango; si no construye el sol una esperanza abierta donde quepamos todos.

II

No es la polifónica voz que aviva el fuego cuando transforma el mundo una imagen onírica en un vértice inmóvil y apagado que se repite en las calles, en los gestos, en los balcones. Algo invisible se nos está revelando y la verdad, la mentira y la adversidad es un cuadro de muerte que nos regresa a tiempos carcomidos, a las pasada páginas de una historia donde el destino era caer a un pozo y vegetar con la cabeza hundida en el remordimiento.

III

Para poder seguir es menester parar, reponerse del susto, empero a las distancias, jamás desmoronarse, los sueños no se quiebran ni se aparcan, se amoldan al trazado.

Máscara y codo en lugar de sonrisa y abrazo. Café y un solo espejo donde mirarnos todos. Pero los ojos ríen, o lo intentan a pesar de desiertos que nublan horizontes y suprimen la orgía de besos que por buena costumbre nos define. (Y volverán orgías, urgentes y salvajes, para vencer distancias y dolor sin esperanza).

IV

El cielo se ha cerrado y no es un espejismo. Temblamos con la tierra que tiembla a nuestro paso mientras el mar se hunde en nuestros ojos y no encuentra la arena la sal ni en mis labios ni en mi cara.

El mundo se desteje, no encontramos los parches que zurzan los equívocos y nos sentimos ser la raíz que pretende el helecho, el eco de algún muerto que se quebró en silencio, la habitación oscura de un hospicio de viejos; no hay más misterio que el tiempo desgastado, la sangre, el epitafio de este mundo amarrado o quién sabe si somos la voz en off de un instante pasado.

V

El regreso no admite más demora, el paraíso no puede esperar, apremiante nos dicta el SARS-CoV-2. Imperioso en sus voces, no le valen sorteos ni proclamas. Recoger tus sandalias será un lastre en el otro lado, donde ha trenzado la carcoma tu alfabeto sin nombre. Tu lengua ya no tiene esperanza, ningún abecedario podría soportar el grasiento color que pastorea tu muerte. Y te arrastras al polvo, al letargo letal donde la vida escupe, impasible y cobarde, todas las sombras muertas de la inclusa.

Mi sangre y tu cabello se volverán ausencia. La mariposa en cinta nos regala distancias que nos acerca al hambre para ser prisioneros derrocados del cielo.

VI

Confinado devoro los minutos con relojes que clavan sus agujas en el oscuro abril de flores mutiladas, donde el ave más blanca pregona en espejismos el frío de un invierno que se acerca al verano para barrer la luz, las horas mansas de tu mano en mi costado.

Las gargantas pregonan, las manos vitorean, van pasando los tiempos y la ciudad es la urgencia que reclama el bullicio. Cada espejo son horas derrochando laringes; se sumergen en fases que invaden los balcones y en cada boca cuelgan enigmas y palabras que proceden del frío y regresan al frío. La estrechez desalienta los paisajes oscuros que se quedan sin alas. Es triste amanecer en un espacio estrecho observando los muertos que mientan los diarios. El perro lame la urna con el hosco vestigio de los granos de arena, un retal de tejidos y entrañas. Hay que amar la ceniza que el arcano cobarde ha dispuesto en la mesa, es la antigua memoria que precede al regreso.

VII

Los niños cantan hoy el aleluya inquieto del mal calzado pie de un zapato incompleto, sus voces, como pétalos, son los días oscuros de los cielos inciertos; sus cabellos heridos que mienten la mentira para oír la verdad que les traiga la vida: los ratos del recreo, el santiamén de nieve que les calienta el gozo, la sed de los secretos que aprenden en los libros, el calendario abierto sobre un cielo que espera.

La palmera sonriéndole al pájaro que se posa en sus tallos, un mirar de reojo como se mira a un náufrago perdido en cualquier calle; la campana de luz que se enciende en sus ojos cuando amanece el día con los charcos abiertos en las caras mojadas del susurro del viento.

VIII

La ciudad es la estatua donde nadie se mueve, esperando los ecos con las manos aún puestas, los abrazos distantes, las miradas de frente.

Que hay que perder el miedo, derribar las escamas con palabras flamantes, embriagarse de voces que lamen en sus pechos las raíces de lluvia que le sobran al hielo; inundar, diluviar, empapar … que chirríen las gotas cuando lleguen al mar.

IX

El viento, una constante en estos lares, de enero hasta diciembre, con la humedad del mar, su trasgresor aullido, que se lleva la calma y nos deja recetas de silencio y aprensión.

Pesado como un plomo, un reflejo de luna se extiende en el bunker que es mi casa. Confieso mi temor y mi pobreza. Y además temo al frío, al delirio y al olvido. Se expresan cabizbajas las entrañas. Y el dedo corazón, harto de estar en jaque, se afirma en el tablero y dice basta apuntalando el cielo.



DaTe tiempo. DaMe tiempo. DaLe tiempo

El dolor es inevitable,

el sufrimiento es opcional

(Buda Gautama)

 

No estoy curado todavía de las crisis nerviosas del planeta. No acabo de entender estos incendios. Me advierten que la luna, va directa conmigo a los infiernos, sus mejillas quemadas, las nuestras tan ausentes. No se entiende el dolor que regresa sin haberse marchado del todo. No entiendo el paraíso sin haberlo alcanzado todavía. La vida es hermosa, pero a pesar de todo, quién no perdió el camino sin haberlo encontrado.

No hay paraíso sin razón de ser; si no lo llevas encima, no existe el paraíso. Bésate, primero bésate, obsérvate las manos y no veas cicatrices; deja tus pies que respiren distancias.

Tu cara es el espejo donde se mira el mundo y te amas aunque estés enfermo, te amas aunque no puedas dormir por desazón; te amas aunque los recuerdos se apoderen de ti y te atormenten, te amas aunque no existas para el mundo, aunque la noche sea también el día y tú te encuentres perdido por las calles, como un prisma rasgado en un millón de espejos; tú no converges, te desorientas una y mil veces, sabes bien que no cumples ninguna función y todo lo que miras se transforma en nudos de dolor que inevitablemente te hacen sufrir.

No es opcional el dolor, Gautama. El dolor son todos los espejos donde se miraron tus sueños reflejando tu vida en el vacío.

¡Ya lo has dicho! Te has sacado las espinas.

El mar y tú sois la ecuación perfecta para que el mundo sonría.

La ropa se ha secado, es hora de volver.

Pisa la yerba, deja hervir el agua. Calma. Ve despacio al edén a sacudir las flores. El sol soporta todos los temores.

Las torres más altas aguardan tu regreso. DaTe tiempo. DaMe tiempo. DaLe tiempo.

No se acaba el silencio. Bajarán por tu espalda y seguirán las flores aguardando tu espera, como las torres altas que ya duermen contigo y aprenden de los días que construyen minutos nuevos, ladrillos que te forjan el alma para soportar el dolor que convive contigo.

Camina. Ve despacio. El sol te aguarda y dentro de tus ojos hay un estanque en calma. Tú eres lo profundo y respira en ti la paz.

Descálzate. La hierba quiere tus pasos. El fuego no se apaga si no vienes, todo es dolor y urgencia.

Descálzate sobre esta tierra santa que se envuelve en tus pasos. Un mundo has creado para llegar a ti y extirpar el dolor de las últimas flores que brotaron por verte.

No eres el llanto. No eres el golpe.

No eres el dolor.

Eres el creador de flores que entregarían sus pétalos por destejer tus labios y alzarlos en la nieve con la sangre que crece entre la seda y tus manos.

No, no eres tú la causa del abismo.

Tú gravitas el mármol y eludes traspasar las líneas que separan la desidia del pávido abandono, tú muerdes la pleamar, la alicaída estela que te llena de caos.

No, no eres tú la causa del círculo que clava sus colmillos en la frente del hombre cuando nace.

No, no eres tú la causa de la pugna, del quebrantado duelo ni de la guerra, pero luchas como el ave al que anestesiaron sus sueños y renaces, renaces, renaces… te sobrepones a las cenizas, al fuego y al caos.

Son las palabras las que a veces se hunden.

La escarcha huyendo de la hoguera. Y no te has dado cuenta todavía, pero tú eres la Luz, el árbol que construye la sombra sobre sus propios hombros.

 


Bullying sin sístole ni diástole

Un camino de piedras y una noche salvaje, no necesito más para ser feliz.

Aunque es de suponer que algún día, me haga abiertas preguntas a mí mismo. Preguntas tan sencillas de hacer y tan difíciles de responder.

—¿Quién soy? —¡Soy yo!

—¿Dónde estoy? —En ninguna parte.

—¿Con quién estoy? —Conmigo. ¡Estoy conmigo!

—¿Qué somos? —No somos nada. ¡Pero no lo sabíamos antes de venir!

—¿Qué hago? —Cumplo, acato, obedezco…apenas río.

—¿Qué siento? —Siento que no siento y siento pena, algo está fallando en mis emociones. Siento dolor y silencio. A veces solo silencio. Y no estoy seguro de qué cosas me gustan, de qué cosas no quiero, pero no sé por qué, solo veo a ciegos taponando mis pasos y ya no me importa caminar o estar quieto, porque ya ni siquiera existo.

Si acaso la existencia sean los pasos que me pasan y no siento, los labios que no beso ni me besan o es la llama que muerde a la hoja seca, la estela de un recuerdo congelado en mi sangre.

Tampoco sufrí bullying o al menos no lo llamaban así.

—Yo no te he hecho nada.

—has dicho mierda cuando estabas mirándome

—es que se me cayó el donut al suelo

—qué donut

—ese que estás pisando

Nos acosábamos con alardes, sin prudencias ni disimulos; tampoco era preciso conocerse. Si alguna cara no te sentaba bien, y te sabías más fuerte, sin más, lo provocabas, arremetías o citabas al otro niño a la salida de la escuela.

Y en la calle, formando corro, se juntaban camarillas de todos los colegios cercanos, para vernos luchar a trompazo limpio.

Entre el fragor de la contienda y la rabia de querer golpear sin que el otro te golpeara a ti, mirabas de reojo a las niñas (que aún soñaban ser princesas), y se reían a hurtadillas, haciendo apuestas, sobre quién mordería el polvo o echaba primero sangre por la nariz o por la boca para burlarse de él y ofrecer al vencedor un universo de inciertas oportunidades.

Para el caído las lágrimas, las humillaciones, la soledad, el miedo. Para el resto, la jarana, la mofa, el cachondeo.

No era sencillo no pensar, suprimir el pensamiento, aceptar la verdad no era fácil.

Eran las ranuras por donde entraba el dolor y tú te acomodabas a él, vivías en ese ecosistema del dolor, sin sístole ni diástole que te entroncara al mundo.

 

La mejor obra de arte eres tú

Dos Mil Veinte en Pandemia. Primer día en la playa, que no primer día de playa. No sé si es una primera vez, pero es como si fuera la primera vez.

La primavera asoma, y no con timidez, exhibe su ventura en desventura, y así no quiero verla, desbaratada y rota, con toda su textura fija en el horizonte, y los minutos mansos, resguardando en la arena todo el montón de espejos donde quieres mirarte.

Para esta guerra, sí, un corazón vendido a la distancia, los muros en silencio, los balcones chillando, las calles tan vacías… y sientes lo que siente el enfermo encerrado en su propia angustia, y la receta dice: amor; ama para no enfermarte, para no anegarte en tu propia realidad. Y la receta dice: lucha. Y luchas porque eres el concilio y el rey, el dios del laberinto que descifra las mil líneas que han marcado tu vida. Eres tú tu obra mayor, no dejes de luchar, somos vulnerables, pero no indefensos, cuerpo y alma unidos verán llegar el día del santo plenilunio donde nace la Luz.

La mejor obra de arte de tu vida está dentro de ti.

 

Un tatuaje para ocultar los miedos

Como la sed y el pánico, el miedo es sordo y súbito y como la menstruación tienen días inoportunos. Lo mismo que sopesar el valor de una vida o la vida en pareja.

Una venda no consuela la herida. Si acaso, la protege. Pero siempre quedan preguntas sin respuestas:

—Por qué a mí.

Entiendo que haya cicatrices que curten más allá del cuerpo y quién sabe si un tatuaje es tan solo una forma de ocultar los miedos. Pero no es posible lanzar la herida al cielo y pervertir el dolor en los ojos de otros.

Ni es cuestión. O tal vez sí, imputar a tu suerte el incesante mundo repetitivo y estéril que te lleva a desear estar solo con tu pecho y todo el cosmos que de él se desprende. No, no es cuestión de resignarte y soportar la llama que te quema los días desde tus propias entrañas hasta el alma.

Dos risas paralelas cantando

Éramos perfectos, aunque tú un poco más.

No era un destierro ni siquiera molestia el que fueras mujer de una danza inconclusa, o asomaras tu rostro salvando las murallas de este Adán vanidoso que es el cristo en sus llagas.

Asomó el hechicero al pretender besarte, y el beso recorrió las paredes sin decir ningún nombre.

Fueron voces de inquietas golondrinas que habían perdido el norte, no pude pronunciar palabra por no estar tú delante y yo, en cambio, destilado en barril que fermenta de alcohol, con piernas confundidas tropezaba conmigo; más no encontraba el mapa para alcanzar el cielo y que me abrieras tú la puerta y me acogieras, como se acoge a un suspiro que no llamas, pero le das aliento.

Yo lo esperaba todo. Sin pretender la nada me olvidé del camino, de la tierra quemada por los pasos no andados.

La yerba no correrá al encuentro de una nube cansada de pensar ni de aquella agua que salpica y no moja, no moja ni muerde como la raíz de una semilla que no vuela y se deja rodear de nortes que mansamente se pierden buscando ir a ninguna parte.


 

El vértigo de un tiempo detenido

Acá está la moneda. La brusca suerte del diamante. El brillo que se anegó en las horas de un destino que fue borrando del lenguaje sus quimeras.

La cáscara de oro que cinceló el silencio fue un espacio de olvido conjurado de cantos y senos disidentes en dos labios huidos.

Se oyó un lenguaje extraño de voces que silbaban como pájaros el vértigo de un tiempo detenido. No sabía encontrarse, sólo perderse y maldecir herido, de tormenta en tormenta, resistiendo a la risa que borraba la lluvia.

Fueron quietud y asombro la espuma de sus muslos entregados a un ángelus sin pupilas ni aplomo, la indiferente rueda de un molino sin tregua ni respiro.

No es fácil comprender la locura. No es fácil soportar la realidad de algo que no comprendes.

Fueron madrugadas con los ojos abiertos, y la taza de té, el licor de cerezas, todas las infusiones, los poemas, el ajedrez… reposando indolencia, acumulando polvo y pereza; no sabríamos decir cuántas muertes han sido en vano; fue la imagen blanca, el angustiado rostro de aquel ángel que, detenido en el tiempo, malvendió su cara.


 

El alfa y el omega de la promiscuidad

Colgado en la pared un crucifijo y la foto antigua de un soldado. Todo era dignidad y pobreza. Un misterio que al paso de los años se desclavó del pecho reclamando vendas para los ojos y labios para besar a ciegas lo blanco y lo negro: todas las rosas floreciendo en mi rostro.

Taciturno como un farol ocioso, me estoy meciendo sin sol ni luna ni jazmines que me hagan ver la tarde curado de heridas y oraciones: el alfa y el omega de la promiscuidad, esa región sin tiempo donde ya no es posible entrar con esa rebeldía lozana que no entiende de burlas.

Recuerdo los boleros de un tiempo generoso, el callado jazmín sonriente de tu pelo. Recuerdo aquella hamaca en un patio sin memoria, la compartida sombra acariciando el aire de tus pies ligeros y aquel alzar de lunas hacia el cielo, con dos cuerpos desnudos arrojando fluidos de nuestros huesos sueltos.

El brillo de un metal afilado

Si se derrama el vino moja un dedo y déjate sentir el rojo, los pies que un día anduvieron de frente.

Nos llega un remolino de bosques apretados, la onda que fecunda el miedo y la miseria. Llega la edad de piedra de un cielo quebradizo. No veremos las manos del verdugo ni habrá lugar donde esconderse vivo.

Y no puedo decir que me alegro de verte, oh guardián de paredes, que elección es morir sin que te echen las cartas. Un hombre y dos en jaque despidiendo los sueños que nunca tuvieron y aun así arrastran los gemidos que hilan su tristeza.

Ya mordí algún fruto y la sal de la vida. Ya maduré lo justo sin gemidos ni miedos. Ahora cuento mis ojos y siguen siendo dos, pero ojos ansiosos que se llenan de cielos mientras yerran las nubes sobre esta especie humana desplegando cenizas sin más razón que el polvo y el pretexto.

Un secuestro es una mala reunión. Una mesa redonda, sin mesa ni alimento, es Europa con alambradas en las fronteras.

Este poema se llama palabras a ninguna parte. Un puñado de semillas son palabras a punto de pedir justicia.

Una provocación es un paso al perdón, o al brillo de un metal afilado.

Esta es una tristeza universal, global y distinta, es la tristeza que nos engarza a todos en una misma espina. Es la hora en que cantamos las 40 a las cloacas de la noche. Es la hora de vestir al muerto, que diría la Tokarczuk, Olga.

Vestir al muerto sería morder la angustia, permanecer tieso como una torre mirando a ninguna parte y aguardar que sigan llegando en filas de a cientos, unos tras otros, un desapego infecto y no esperado. Así es, admirada Tokarczuk, estamos en un duelo permanente, pero de personas, hombres y mujeres que, acaso tuvieron sueños y buscaban el significado de dios y de la vida.


 

El único paraíso a explorar

Escucho The visit. No espero a nadie ni nadie me ha visitado este día.

Y no, no voy a decir que sea un consuelo el que sea Loreena McKennitt con su peculiar álbum, The visit, quien tome el relevo al simpar Joe Pass y a su armonioso sonido de guitarra.

Es cierto. La energía no eres tú. Es la confluencia de distintas armonías que se complementan contigo y tú te dejas llevar y sientes que entre el cosmos y tú no hay distancia. Eres parte de esta Galaxia, no hay muros que te hagan sombra y el único paraíso a explorar eres tú mismo.

Pero, cierto, ahora muerde el aliento con sus uñas, camina de puntillas al acecho y desata en los ríos todos los tallos machos que anclan sus raíces en el barro. Hago hoy una excepción: voy desnudo de burlas con sudoroso tórax que gira jadeante su lujuria.

Exploro despacioso un tejido de palabras que hacen crecer la tarde, y me encojo de hombros, me tapono la boca con un trago y salgo a la calle a guardar las distancias. Allá la gente anda con el cuello estirado, la mirada, es tendencia, digo yo, llevarla alta. Se estrechan las aceras y a tus oídos llegan los pasos vacilantes, esquivos, presurosos de personas que corren por deporte exhalando bufidos y, entre la gente, se abren paso con los codos.

Los bares permanecen cerrados y en las puertas hay marcas que indican las distancias. No se ven hombres ni mujeres y el ambiente animado de las noches es manifiestamente estoico e insensible al jolgorio y a los abrazos.


 

Podría ser todo y no ser nada

Apoltronado. No sé si meditando o imbuido en el ron. La noche se presta a la contemplación. La luna va asomando con la migraña, de quien es consciente de que pasó su mejor fase y ahora, tras el declive, solo cabe exhibir el arte de la espera. La prudencia y el recogimiento.

En cambio, yo, yo elijo la sombra. Al frente algún tenue perfil del edificio que va apagando su fulgor del día. Junto a mí, dos gatas mansas procurando una caricia de mis dedos en su cogote. Atrás, a la derecha de esta mesa que nos sostiene, a la sombra y a mí, nutridas buganvillas respirando aire fresco tras un día harto caluroso.

Sigo meditando. Corrijo. Me abstraigo y me adentro en mí.

Llamará con cautela el silencio. El mono, aún inquieto, se dará por vencido. Noto ya ese dulce hormigueo que me invita a dormir despierto... me mantengo en silencio. Algo en mi está pujando por salir fuera. Algo me dice que debo dejarlo ir. No debo contener las emociones. Las emociones te amarran. Te aturden y se adueñan de tus actos. Una maraña de sensaciones y una puerta cerrada al frente.

Cómo salir. Cómo emprender el regreso. Los pensamientos son un caminar lastrado por la arena. Los pies se hunden. La puerta sigue delante la arena se hace barro y siento que mis manos, todo mi cuerpo, se llena de asperezas.

No sé en qué astro se dibujó mi estampa con todas sus dudas postradas ante un sándalo que le procura el fuego mientras la sal y el oxígeno se aquietan cabizbajos.

Es la omisión, quizá, del todo o nada. La pureza de ser noche limando los excesos. Podría resignarme, tal vez, y retirar los codos de esta mesa. Podría eludir al tablero y retirarme de este juego. Podría borrar los límites y ser indiferente al poniente al levante al cielo al mar.

Podría pedir que llueva y ser gris a la lluvia. Podría sentir frío o no sentirlo. Podría afilar la espada que ocultan algunos versos e invocar a la sílaba donde el hielo florece cuando mira la aurora. Podría ser la metafísica que borre la memoria o podría adentrarme en la niebla como la hoja perdida de cualquier árbol y sentir que el frío descompone la historia. Podría.

Las letras que no escribiste

Toda mentira es una infamia. Un engaño a sí mismo. Toda mentira tiene los pies cortos. Toda mentira es un caballo sin dientes. Toda mentira es ir contracorriente para escapar de un sol enfermizo.

Toda mentira es una espiral de aplausos con la fe puesta en el papel mojado del clorito de sodio. Toda mentira es el principio y origen del SARS—CoV—2.

Toda mentira es un salto cuántico a ninguna parte.

Toda mentira es el microchip que nos abre el hambre y nos anula la voluntad.

Toda mentira es la hipoxia por usar cubrebocas.

Toda mentira es La Bella Ciao en un barrio pijo de Madrid.

Toda mentira es un bulo que se somete a más bulos.

Toda mentira es la gaviota que deja su corazón en tu hombro.

Toda mentira es el mar estancado en tu boca:

El poema que no recuerdas

El libro que perdió sus hojas

Las letras que no escribiste

Andas la sombra y los caminos

He rechazado abrazos. A quién no le ha pasado alguna vez. La no necesidad de hablar ni exagerar los hechos como si hazañas fueran los besos desnudados en los labios del alma.

Como si cada beso fuera un viaje a una ciudad extraña que te acoge y haces tuya. Y del labio que besas haces regiones íntimas donde dejas caer el polvo y el desierto y te encuentras y te haces nube y te guardas la estrella que desprende la boca que te besa, cada beso en su boca.

Hay un cielo, lo sabes muy bien, que va poniendo piedras al camino, y tú te haces de piedra o despliegas las ramas como si un árbol manso te prestara raíces y tú de hoja en hoja procuras el fervor de un sitio entre las ramas; te sientes raíz dispersa de aquel árbol que te acoge.

Y sabes bien quién eres. Eres la raíz del viento y de la arena. Y sabes bien que cualquier montaña reverencia tus pasos. Y lloras de emoción porque andas la sombra y los caminos directo a ser el astro que ilumina tu vida.


 

Forjado entre las luces de un poema

Esta luz no se apaga. No desgasta el cobre ni el alambre cuando vibra la música alrededor del fuego. Es de noche. Escucho a Chopin. Bebo vermú despacio, tal que arpegio nocturno menor. Cada nota incrementa el ardor de la llama.

No sopla el aire en esta casa y continúa el cobre, flexible y poderoso, ponderando el instante como un eco que jura salomónico por el oro encontrado en cada sombra que es la luz, como la vida en un espejo, la que va reflejando el milagro que hallamos en las ignoradas calles del pasado.

Vértigo y clamor de un jardín silencioso al que solo el sol con su luz y sus sombras podría erigir del alba los cabellos y platas que sueñan las estrellas. Todo instante es prodigio. Es caminar el agua con sus urgentes calles alentando la música de una ciudad dormida en sus espejos.

Yo espero en esta mesa, las invisibles notas que van colmando espacios donde todo es oriente y a su derecha rostros con sus haces de luz a sanear mi sangre.

Así, la tarde, cimentada en pureza, es un jardín forjado entre las luces de un poema sin contagios ni humores opresivos.


 

La naturaleza no te necesita para nada

Es hora de cambiar

no más precariedad

yo mismo haré mi pan.

Yo también hice pan y escribí algún poema, amasé los apegos sin pretender milagros.

De un hilo de cordura desgajé mi sonrisa arrojando silencios a la ruidosa máscara que, tronchando palabras, acaparaba el pan y la sal de la vida.

Con mi tímpano ciego arrojé algún murmullo y un cordón de locura, dando forma a la harina, acuchilló al glaciar que enfriaba las tardes —la naturaleza no te necesita para nada —pensé— es hora de cambiar.

Hay un mundo de puentes volando hacia los astros con las manos asidas al fondo de un pantano —así es difícil volar —observé— hay que escuchar al cielo, descender al infierno y escuchar los ruidos que enfrían a los muertos —pero yo no estoy muerto —acerté a pronunciar con un hito de voz— llevo puesto el abrigo y aún me queda vino, aunque sigo descalzo esperando la sangre que me resbale el pecho.

Ojos ansiosos hay mirándonos furtivos.

Qué muros voy a saltar, aunque acelere el paso.

No es dolor lo que siento ni mi alma está en pena; es que no siento nada que se asemeje a un río o a un caudal de montañas o a puentes acercando distancias.

¿Qué mar podría hoy reclamar si la urna está rota y la rosa es un duelo de parias descalzados? Y los parias no lloran porque siguen dormidos.

Como la flor y el sexo, la noche es un ejercicio interminable. Los úteros caminan desaguando liturgias en un mirar de estrellas que no revelan ningún pomposo gesto.

Todo es un vuelco alrededor del aire que no ves, mensajeros voraces condonados de toda culpa, podríamos abrir nuestras cabezas al jadeo infinito de la noche y como búhos mostramos en balcones y ventanas para imponer ruido, como la lluvia cuando cae sobre un cajón vacío.

Pero tú y yo somos silencio inhalando mundos que duermen y apenas hoy, como un temblor de rosas vacilantes, estamos aprendiendo a lavamos las manos. Es hora de cambiar, la naturaleza no te necesita para nada.


 

Telas para tapar las bocas

Caían piedras grandes.

Quiero decir montaña.

Después sentí que el suelo, todo, estaba mojado.

En pos de mí las piedras se giraban. Otra gente corría, tropezaban, corrían y caían descalzos sin zapatos ni pasos.

Infantilizado. Súper protegido. Desguarecido en mí, desvencijado,

no soy el responsable de mis actos.

La luna es un vecino que grita, un silencio hacinado de bramidos.

El viento continúa sacudiendo el lomo de los perros, me excito y vocifero con ellos.

Exaltada la espuma va creciendo en el vacío que dejan los estruendos.

Otra vez me golpea la piedra, quiero decir la arena recorre las ciudades; yo miro de reojo al pájaro sin amo que chapotea en los charcos.

Qué le diré a mis manos cuando la ávida piedra quiere que yo sea el polvo de un incierto camino sin lugar ni destino.

Ladran los perros en los huecos del viento, observo el calendario, miro el soplo del tiempo en la noche abrumada de silencios.

Estirando sus patas, las arañas fabrican telas para tapar las bocas.

Tu boca. Nuestras bocas.


Los signos de la lluvia tiemblan

Son confusos los árboles y de sal las estatuas que deambulan sin pasos. Mientras, sin siquiera un desvelo donde poner mi espalda y sin lamer ninguna herida, sigo perdido en ilusiones, sin haber esculpido antes toda la sangre que me encadena al mar.

Es algo que no veo, pero siento sus signos como uñas que pretenden colgarse de mi boca y arrancar toda el hambre que tan de lejos traigo.

Quiere tenerme quieto, mutilarme de sueños, cortarme todo el pelo y anegar los paisajes de oscuridad y de frío.

Siento a veces que estoy solo frente a un oleaje de algas que esculpen las orillas a su antojo. Convergen sin extremos mi cuerpo de utopías.

Existo en la materia de la ciudad preñada de cemento, persigo un infinito donde eclipsa en mi sangre el alimento, ese pus que revierte conmigo, mediatizando entre un tumor de ostracismo y de miedo.

Pero no existe el tiempo ni el espacio. El vacío es el único lugar, es en este espacio sin espacio, donde extiende la flor su pétalo sin que se observe en ti la rosa que enmudece en tu carne.

Todavía hay mendigos por los tejados, Federico, y policías blancos estrangulando a negros.

Cierto, nos perpetuamos, seguimos fuera del tablero, qué decir de la arena que se escurrió en tus dedos a la par que la luna apagaba los cirios de la noche donde tú te acogías para acortar distancias con los sueños.

Es el mar ese perro que se acerca a tu mano sin que suceda nada y yo doy un paso atrás, mientras callan mis ojos —eludiendo las culpas— la ausencia de aquellas aguas que arroparon mis pies.

Llueve, como en aquel entonces, llueve.

La lluvia va cercando espacios que no existen y en mi rostro los signos de la lluvia tiemblan, como un suspiro.


La poesía, como la morfina, alivia

Harto ya del oro de los tiempos del cuento la lechera, la sal del Himalaya.  Solo quiero lo imposible. Todo lo imposible será posible. Batamos los imposibles conflictos no abatidos.

Apuesto por el morbo, lo anormal y lo extraño, los tintes sin sentido, el cloral y la morfina; voy calmado al exilio errante en primavera en dos metros cuadrados.

La luna siempre alta, risueña y silenciosa te invita a lo incierto del desierto y del abismo; y yo me visto sobrio con mi ropa de ensueño, voy como un perro manso, como un perro sin dueño que reencarna en sus lunas la voz y el estallido del tiempo que se aleja arrugado, arrugando sus rostros, directos al invierno.

Pero intento zafarme de la ciudad dormida, en mi casa no hay pasillos, pero se alargan los pasos repitiendo monólogos de silencio en silencio. Procuro lavar mi ropa, acariciarme el pelo, celebrarme por dentro y arrepentirme de todo lo que todavía no he hecho.

También sus hojas abren las flores, sus pétalos endémicos no retraen sus aromas; saben que es primavera y que el frío ya se ha ido dejándonos la tarde como un reino que canta y exhala sus perfumes para alumbrar la noche que va apartando sombras directas al ensueño.

Es urgente la compra y los amigos, el lavado de manos, la boca protegida y entender que la sal es el único antídoto para vender la noche y derrochar las horas sin pretender motivos, ni derechos ni arbitrios que agraven lo exhortado.

Hay que cubrirse el llanto y mascullar blasfemias, desertarse de uno, retractarse de todo. Renegarse de nada. Sin callar, sin amplificar. Sin chismorrear. Sin camisas de fuerza que arañen las razones. Con el coraje justo para escarbar motivos y rebeldías rampantes que te hagan dar el salto que borre mortal el infinito.

Abril es el mes en que abren las estrellas la bendición del cielo con todos los imposibles esperando tus huellas.

La poesía cura.

O al menos, como la morfina, alivia.

Confieso que he besado a mujeres

En cierto modo, y por triste que parezca, he apagado días huyendo de la lluvia. Me he asomado al desierto desde el balcón oscuro y he visto pasar la vida a través de los ojos de otros, sus filtros, sus estigmas, fueron la carga que rompieron mis hombros. Observé lo profundo y lo llano, el origen del gris, la caspa y la culpa resbalándome el pecho.

Me sentí bendecido y también alabado por la arena y las rocas que mis dedos tocaron, la pureza del aire se acercaba a mi cara y con todos los dedos me besaba el cabello en un arrullo manso —calmándome de culpas —y extirpaba el veneno que me fluía en las venas.

Así fueron pasando días, con la mirada puesta en los filtros del aire, yo no tocaba nada que no fuera el fresco rocío de la mañana o tal vez la oración invocada a la tierra iba nutriendo lágrimas que derramó aquel río, donde sólo la arena se nutría con sus gotas.

Mis ojos son los ojos del desierto. Son verdades a todas luces vagas y si miro la piedra los ojos son distancia o acaso son ranuras donde se pierde el viento entre el cielo y su cuerpo.

Las manos, como garras, son el grito que grita entre algodones para trepar la flor y ser la húmeda huella que se adhiere a su sexo.

No sé cómo anidar la sombra a cada gota de escarcha que desprende el rocío cuando el río y la arena bostezan congelados. No busco la impasible estela que pretende descalza llegar hasta la noche.

Tampoco soy el errático que se aferra a las uñas del mar para besar sus dientes y succionar sus aguas a golpe de suspiros. O secarlo despacio entre algodones y desaguarlo lento hasta que muera.

A veces la ceniza se acurruca al costado. Llegan grillos rampantes como el hambre en pos de esta afonía que padece el desierto. Y yo me arrastro huyendo de la noche con una armadura negra atada en la garganta. No puedo gritar. Un barullo de hojas va rayando en el aire un apurado gesto que se parece al mar.

Confieso que he besado a mujeres, pero siempre en defensa propia.

Cayendo va la luna

Todas las lunas hablan de su boca.

De sus manos el hielo va tejiendo inviernos, ella es la caverna, ella tiene el poder de las distancias.

En la casa vacía, a veces hay milagros que colocan botellas de buen vino en la mesa. Ignoramos el plomo y parcos sonreímos.

El cielo va derramando tiempo. El asombro no eres tú ni las rosas caídas de estos días. Puñales invisibles van sentenciando historias escritas en la arena que desdibuja el mar.

Busco amparo en un nido de pájaro puesto sobre la boca. Se derraman palmeras en la tarde mientras cayendo va la luna enredada en el azar de los aviesos días.


 

Besar será todo un desafío

Podremos reconstruirnos en nosotros mismos a nuestra propia imagen y seguiremos siendo un fiel de balanza que se inclina al propio incendio.

Arrastramos los pasos entramos al bar. Hay gestos. Un desnudo, llámale striptease de las sensaciones. Ya no hay necesidad de habitar ciudades que nacieron del suicidio del campo. El regreso no admite más demora.

Estoy cansado. Tengo sueño y no puedo dormir. Tal vez el insomnio es todo lo que podemos llegar a soportar un rato antes de morir del todo.

Besar será todo un desafío un vértigo un temblor un miedo que nunca habrías imaginado.


La mano que acaricia tu mano

Último día de junio, apenas un minuto para romper el mes y la cronología de los tiempos. Entrar de lleno a julio y al verano con todos los símbolos que levantan muros, sombras, penumbras.

Nadie se entrega a Dios en estas fechas de indecisión y muros. El paraíso es el mercadeo; el arte: la vanidad... Y el oro de la tarde podría ser la mano que acaricia tu mano. El alarde imposible de sentirse vivo pudiendo haber muerto en un absurdo orbe que grita a las formas sencillas de la vida.

Es un hábito, una costumbre como el oler el sándalo y hallarte entero dentro del humo; no existes, tú eres la duda y el bastón que soportan el atardecer de junio y la liviana noche que adormece contigo.

Alguien está rezando en silencio

Es noche todo el día.

El derecho a vivir se ha fugado en la estación del año que más invita a vivir.

Es tiempo que devora los días, los asemeja al mármol, nos borra la memoria, pero este mes de julio, esta moneda falsa nos iguala en la muerte, pero no en la vida.

Es el ángel perdido en sueños mutilados de banderas dormidas en la inercia, solo hambre de pájaros deseando volar, un vendaval de cuerpos yendo a ninguna parte.

Qué podrían hacer mis manos para cerrar las páginas donde besar será un desafío, un vértigo, un temblor, un miedo que nunca habrías imaginado.

Silencio. Alguien está rezando en silencio. Otros lloran con un vaso de alcohol hasta agotar los ríos.


 

El ego de la piedra

Siempre las mismas caras las que estiran el cuello. No funcionaba nada, perdí además el bolso con mis harapos dentro —quiero decir mis sueños—; en una mesa, en un extraño bar, dos tipos practicaban sexo a la vista de todos; producían un sonido ruidoso, como cuando masticas cereales mojados en la leche.

Es la desescalada, pienso, que nos pasa factura. se me cierran los ojos otra vez.

Desearía tomar tus senos antes que caigan tus ojos y los míos descarnados y ausentes.

Hablar con las piedras es un desahogo, más terapéutico que blasfemarme directamente a la cara.

El ego de la piedra deja a un lado mis razones, no lucha ni responde al ego de mi absurdo.


 

Sin enroque posible

Esta hambre antigua de arrojar al horizonte la agonía y las lanzas de esta luna amarilla que nos apuntala y nos mece al son de la ansiedad, la incertidumbre y el miedo. Y podría haber muerto en esta frontera entre la vida y la suerte.

Ella tiene el descarte de la huida, ha contado sus huesos y alguno no está entero. Sus huesos son de vidrio, sin ausencias se rompen.

Ella me da sus ojos tan llenos de ternura, yo la encierro en mis puños que no le falte nada; a veces queda afónica, sólo consiente y calla, ella es mi as de corazones, la protejo y le doy; a veces hasta amor le doy.

Son como sombras el riesgo que no ves y entiendes que el hambre y la sed no alivian al filo de la espada que en silencio va tejiendo la arena que te aguarda.

Todos en jaque estamos. Sin enroque posible, ellas en doble jaque.

 

(Acerca del incremento de la violencia doméstica

durante el estado de alarma).

 

 


 

Alguien va a matarme y ni siquiera él lo sabe

Algo peor que las drogas fluye en nuestro cuerpo, encarnado en un mísero trozo de sebo con corona. Es la verdadera pobreza de lo que somos.

¿Qué vas a hacer ahora con las rentas de la guerra, con las rentas de la droga, con las rentas de los impuestos, con las rentas de la muerte?

Demasiadas generaciones hambrientas, con un futuro lleno de remordimientos, famélicos sin tener que pensar si habrá un cambio o una transformación, lo único obvio es que sentirte, a fin de todo, mortal, sentirte amenazado por cualquier otro mortal, percibir que la muerte acecha, que el miedo nos iguala, que el miedo ya no es el supuesto enemigo, el adverso, el lejano, el distinto, el terrorista… que el miedo somos convivir unos junto a los otros.

Y el miedo da miedo porque nos potencia el odio.

No quedarán olas para cabalgar ni orillas donde posar nuestra parálisis.

Ha venido un dios grasiento a purificar el planeta. La guerra y el fuego ya no nos bastan para purificarnos.

No es cuestión de obviar el corazón aparcando las emociones.

Alguien va a matarme y ni siquiera él lo sabe.


 

Diecisiete de enero dos mil veintiuno

Nuevamente paseo por esta arena. Se extrañaron al verme algunas piedras nuevas que no me conocían. Nerviosas y algo tímidas se acercaron al borde de mis pasos.

Por algunos segundos quedé quieto mientras, las más pequeñas de las piedras nuevas, se reían nerviosas mostrándome sus formas.

Yo sonreí a todas y me senté entre ellas a respirar el día, en tanto, el agua alzaba tímida su espuma sabiendo que tal vez pronto con mi piel desnuda las abrazaría.

Sigo jugando con la arena mientras reflexiono, sin perder la vista del agua, entre lo que pensamos, lo que somos y lo que vivimos.

Necesitamos el aire el agua y la tierra exactamente igual que un árbol. Y tal que el árbol, no sabemos tampoco cual será nuestro destino. Todo, lo único que en verdad tenemos en la vida es lo que podemos alcanzar con los sentidos. Nuestros sentidos son el único oro que en verdad poseemos. Somos un poliedro que habla escribe piensa cada uno en su peculiar idioma y es recibido por los demás como el poliedro donde se aprecia o no reflejado en sus propios colores.

Nosotros somos creación y a la vez somos creadores, y en todos los casos, con un antes, un durante y un después, estamos destinados a ser olvido. Regresamos al polvo y quién sabe, si alguna vez, volveremos a ser piedra afirmada en cualquier camino.

En este momento sale el sol con su forzado destino de ponientes. Me estiro como un perro recién desperezado y prometo volver, digo a las piedras chicas que, tal vez por cortesía, no se han movido de mi lado.

Somos llorosos cuerpos a la espera de un sol que nos meta calor en las entrañas.

Dios baja sus manos

Seguimos con las calles cerradas, dios aún no se ha marchado, aparece en las manos el silencio inventando el metal que, a dos tiempos, hará sonar la risa y las campanas; el desnudo es mi carne cuando grita:

—¡por qué no te habré abrazado más veces!

Nos transforma la vida. El albor prende llamas en los párpados, todo vacío son palabras imposibles atrapadas en el pecho.

La luz es un lecho abandonado en su orfandad; cae la piedra en el agua, cae algún astro sobre el oro entregado en la frecuente lágrima que esculpe soledad.

Las estrellas embargan todo el frío de los tejados donde hay alas que mendigan un círculo de vuelo en cada pico. Los milagros no duran toda la vida, si acaso cuarenta años es un desierto o un planeta lleno de prodigios.

Es la piedra La agonía, la cerviz angulosa que mira al otro lado donde el vendaval estalla. Los dedos tensan el arco de lengua que pretenden los besos, el desgastado trono de mil instantes de silencio.

Inviernos y veranos van dejando rastros del milagro, el pan y el viento llegan por separado, el mantel, las migas, los pájaros van generando auroras, días de astrolabios forjadores de estrellas en la comisura del tiempo.

Nada más por beber, nos van quedando tristezas y amarguras; euforias y contentos van ardiendo inmersos en nostalgia, el pan sigue clamando su momento de brindis entre los pechos.

Es el lecho la ropa bien plantada, el silencio legítimo que aúlla en dos cabezas cuando dios baja sus manos para prender los párpados postrados a su luz.

Tus sienes y mi hambre es un desnudo que tiembla

Descubrirte la sal en los oídos, estirarte la espalda y desbrozar las hojas cercenadas amasando delirios que te ciegan y se expresan a gritos, mientras tú sigues masturbando palomas que se agitan, cada vez más ruidosas, en tu cabeza.

Tu espacio es el agujero oscuro donde cede la piedra y te resignas tú con tu vida inclinada, con tus ásperos pasos rodeando guijarros que extirpan del camino los labios que pretendes besar.

Tienes ganas de hacer el amor, de poner el pan en el ardiente pecho de tu amada que se esfuerza en latir en tus entrañas; en cambio eludes la tormenta porque eres la tormenta sobre el ramo impoluto de los ojos vírgenes de la inquietud y ser pecho y despecho en una isla de olvido.

Pero duele el dolor, duele la ceguera y duele la omisión de los labios enterrados, de la memoria que no cicatriza los repudios ni pretende la tinta de aquel tintero derramado.

Y sí, sacúdeme otra vez, es tiempo pasado, son años a la deriva entre ruidos errantes y silencios nuevos que se escarban a deshoras entre una y otra isla entre el norte y el sur de los desvelos.

Alcohol. Alrededor de nadie no hay nadie. Los cristales no reflejan el vacío de la existencia. Alrededor de mi sangre dientes en bocas romas sin un dios al que gritarle ¡basta!

Y sigue el hambre golpeando tus sienes y mi hambre es un desnudo que tiembla como un pájaro sin oración. Un pájaro estéril rendido a la obediencia de una luz sin destino.

Todo está sucio en esta mesa en que advierten las sombras que voy dejando cabellos en cada esquina donde doblan los vientos, tal vez como rastros dejados a tus ojos por si un día, quién sabe, te trae la tempestad de la que huyo.

Morder una manzana

La muerte no es democrática. La precariedad te hace fuerte, te adaptas y aprendes a soportarlo todo, pero el virus es un criminal invisible que te deja sin aliento, te desgasta el pecho y no hueles ni el hambre ni el sudor; el frío se instala en tu desánimo, la ponzoña es menos vulnerable que la indigencia. Lo saben ellos, los que alientan al virus protegiéndonos del virus.

Palidez de huesos en tierra de ilusiones sin esperanzas, circundas todo el sur, todo el norte expoliado, como un desnudo continente donde pueblan arañas que vocean al silencio los sueños aparcados en la sangre de un dios que no promete ya ni los peces ni el pan.

Y el sermón sin montaña, es, si acaso, el hambriento delirio de un desierto y toda la fiebre apuntando a la utopía de la esperanza.

Hay días que ni siquiera morder una manzana es garantía de fortaleza. Pretendo y me empeño en olvidar el hambre; necesita la sangre el néctar de la fruta, inflamar las arterias, darles brillo a los huesos.


 

CoronaSex

Si quedaran naranjas o acaso algún manzano entre tu cuerpo y mi esperanza, abrigaría deseos de un nuevo abecedario que erradique los miedos; la rutina sería una nueva utopía para alcanzar los lirios.

Abrazos, besos, reuniones y todo lo que tenga que ver con la felicidad de las personas. De múltiples maneras invocamos al virus. El sexo más seguro es el sexo con uno mismo.

Son mis manos y las manos de la gente, las que observo manchadas exentas de inocencia y son tus ojos los que escriben en los míos el desconcierto y el miedo. Hay veces que deliran solitarios entre una muchedumbre repudiada.

Quién sabe si el virus es un mediador de la naturaleza para dosificar nuestros actos y costumbres o un invento político para entregarnos alienados a un rebaño manso.

No cabe la gallardía ni el ser tachados de cobardes o medrosos si es una voz dual la que pregunta y responde: dónde está el miedo, dónde está el consuelo.

Duerme el cielo y el mar en mi cabeza,

el aire que respiro es el verdugo.

Me desangro y no sé por qué parte de mi cuerpo entró el cuchillo. Somos una constelación en precario, un esbozo aislado. Ociosa suerte. No salen propuestas de mi intelecto; cómo tomar distancia entre mi mente y yo. Cómo librarme de la carga innecesaria de este arduo teatro que oprime mis sentidos.

No quiero ser yo mismo, pretendo ser manzano enraizado en la tierra y conectarme al mundo con los pies, que vague la cabeza y no piense, que distorsione la realidad que nos somete.

 


Después de todo

Algún pájaro apenas se adentra tras los muros, son antorchas sin humo, tal que un rayo de sol conjurado a este día descolgado del cielo.

(Esa linde que se transita, que se agarra al recuerdo como un viento que encalla sin un último viaje).

Y solo queda el paso de ir a uno mismo a decir lo de siempre: que yo a ti te conozco, y los pasos que yerras son un puño a la cara de esa sombra que nombras.

(No es posible borrar el pasado ni la promesa de elevación espiritual. No pienses, no derroches tu energía, acepta el barro que te forma y crecerás libre de las impurezas que te hacen sufrir).

La luz que ven tus ojos es solo la ilusión vanidosa de un acuerdo imposible entre tu alma y tu cuerpo, siendo nuestro destino tan semejante al barro.

Entramos cuerpo a cuerpo

a esa linde de dudas,

de idiomas que desdicen.

El día se refleja en los cristales de las ventanas. Las calles siguen cerradas y el perímetro es cada vez más estrecho. Algo no estamos haciendo bien. El frío, el viento, la humedad, como una sombra verdosa afirmada en el cielo, refleja la realidad. Ni el cielo ni los colores de la naturaleza se equivocan. El error somos nosotros.

Nota del Autor

No sabría decir el porqué de la poesía; vivimos en una sociedad dominada por un materialismo globalizado, por un consumo desmedido, donde la superficialidad y las apariencias son el pan de cada día, apenas queda un espacio para la reconciliación con nosotros mismos, por haber aceptado, por menos de un plato de lentejas, ser una pieza más del engranaje al servicio de un sistema que nos mantiene en un estado de guerra permanente contra nosotros mismos y contra los demás.

Un poema, de alguna manera, es quedar desnudo, escarbar en busca de la expresión más profunda de nuestros sentimientos, una catarsis que te limpia y libera de cualquier perturbación, de cualquier disturbio contigo mismo o con los demás.





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domingo, mayo 05, 2024

Relatos Sin Ton Ni Son: En primera persona del singular



Relatos Sin Ton Ni Son: En primera persona del singular
(Escritores Norte Sur). Autor: Alonso de Molina

Cada uno de los 44 títulos que conforman este libro es una ventana a un mundo de posibilidades, invitándonos a sumergirnos en un océano de ideas, emociones y experiencias. Cada relato es una puerta de entrada a un universo único, esperando ser explorado y comprendido.
1. La frontera
2. El corazón del día
3. La perversa lujuria que disfraza el silencio
4. Más pasión, a cambio de su alma
5. Ella mira la tele ajena a mis pesquisas
6. A diez centímetros de un beso
7. Inventar promesas y creer en las quimeras
8. El hombre olvidado
9. Mi ciudad, 1970
10. ¿No es peor levantarse de mal humor?
11. El motivo
12. Me acongoja no sentir excitación
13. Necesito mi Messenger
14. La cruda inanición
15. Muerto de celos
16. Aquellos tiempos valiosos
17. Dejar que sea el pecho el que sonría
18. Parábola de invierno
19. Busco el silencio en la palabra
20. El cuervo negro
21. El amparado fruto del árbol más sagrado
22. Los rostros que dibujan las tormentas
23. Sin orden ni concierto rompe las reglas
24. La ciudad es la estatua donde nadie se mueve:
25. Todo lo imposible es también lo real
26. Vientos que nos cierran los ojos y el futuro
27. Navegar sin rumbo ni destino
28. Domingo de sol en el secano de Tabernas
29. Oferta Irresistible 2x1€:
30. Inyectándole todas sus espinas quedó liberado
31. El tiempo va carcomiendo la coherencia y la armonía
32. Otro cuadro nocturno
33. El punto "G" de las gallinas
34. La infinita distancia de una luna en silencio
35. Días de inanición
36. Mis ojos sin destino caen al suelo
37. Mis amantes me esperan una a una o todas a la vez
38. Vivir es oficio y sabiduría
39. Patrones para amar
40. Una habitación para todos
41. El camaleón en su color
42. Mis horas frente a él
43. O eso dijeron ellos
44. Universos compartidos

 

Disponible en línea
https://www.amazon.es/dp/B0D3848WCN 

 


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viernes, abril 19, 2024

Encuentro fugaz, efímero como una tos





Mientras sobre sus cosas,
trapos y polichinelas diversos,
ella hablaba todo el tiempo
yo exploraba sus ojos con mis ojos.
Derretía mis labios de contemplar los suyos
sin parar de hablar.
Sin éxito frente a su cháchara
me levanté para marcharme
pero sus dedos se clavaron en mis manos
y las servilletas, los vasos,… el café, …
entre gemidos, rodaron por el suelo




Texto poético que nos sumerge en una escena de encuentro, donde las palabras y los gestos se entrelazan en una danza de emociones. La imagen de las servilletas, los vasos y el café rodando por el suelo añade un toque de caos y pasión. Alonso de Molina nos invita a reflexionar sobre la intensidad de los encuentros humanos y cómo las palabras y los gestos pueden dejar una huella profunda.

J.Amable

LA DUEÑA DE AQUEL DICIEMBRE
Vista de Poemas de Alonso de Molina (revistapenelope.com)





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©2005. Alonso De Molina
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martes, abril 09, 2024

La poesía es indispensable, pero no sabría decir para qué ¿Sobre qué escriben los poetas?


Sé que la poesía es indispensable,
pero no sabría decir para qué.
Jean Cocteau


¿Quién hace el poema, el poeta o el lector? ¿Hace el poeta al poema o, como decía Paul Valéry, es el poema el que hace al poeta? Quién sabe, en cualquier caso, la suerte que, cada uno por su lado, corren poema, poeta y lector.

Percibir el mundo, el complejo entramado de relaciones entre las personas, los acontecimientos, los actos… ¿puede responder a una habilidad intrínseca para descubrir el sentido de las palabras? ¿De qué forma se interpreta un poema?

¿Qué temas son los temas que deberíamos considerar como propios de la poesía? Los temas recurrentes son los mismos en todas las épocas, el amor, la religión, la muerte, la sociedad, las personas, el mundo en que vivimos, el mundo subjetivo… la desazón, el hastío de la existencia, el sentido que pretendemos dar a la propia vida, la angustia por la muerte a la que estamos condenados, la implicación del hombre con los asuntos sociales de su tiempo. Y erotismo, también hay erotismo e idealización del enamoramiento en la poesía. Incluso en las peores circunstancias de la vida, la gente se enamora y escribe poesía.

La poesía es, sobre todo, una inquietud capaz de arrastrarte a territorios suicidas y, además, la poesía, araña con las uñas el fondo de cualquier metal, escarba en la memoria para que nada muera, y te ofrece las llaves para que todo sea un preciado caudal que nos desborde y nos inunde de palabras, sonidos, sensaciones… sin más límite que el poder creacionista de cada autor. La poesía es una exigencia continua, una revolución constante donde la creación es un conjunto independiente y único que no necesita más explicación que la emoción que pueda llegar a generar.

La creación poética, a mi modo de ver, no tiene por qué imitar la realidad ni describir ni explicar nada, se explica por sí sola, o no se explica. En poesía, el poema es el puntal de la obra del poeta.

Pero más allá de la poesía, la meta-poesía implica la palabra y el silencio, implica al lector o espectador y exige del narrador elementos como la expresión corporal, miradas, sonidos, muecas... en un espacio escénico predispuesto para tal fin, para que pueda provocar en el público sensaciones que lo hagan ser partícipes y no meros espectadores de la obra en cuestión.

La poesía es compromiso, y si algo puede salvar al ser humano de las garras de su propio mundo interior, es la poesía.

Tuyo en la poesía
Alonso de Molina

#metapoesía 



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miércoles, abril 03, 2024

De Sur a Sur. Revista de Poesía y Artes Literarias | Abril 2024 | ISSN 2660-7239



De Sur a Sur Revista de Poesía y Artes Literarias #21 Abril 2024 ISSN 2660-7239

   

La poesía sigue latiendo en los rincones más íntimos de nuestra existencia.

 

Hablar de poesía es hablar de subjetividad. Es adentrarse en el reino de lo personal, de lo intrínseco e intangible. La poesía es un lenguaje que trasciende las reglas convencionales y se sumerge en las emociones, las imágenes y las experiencias personales. Cada lector, cada persona- interpreta un poema de manera única, conectando con su propia sensibilidad y vivencias. Se dice que un poema tiene al menos tres lecturas, la del poeta, la del lector y la del propio poema.

 

 

 

  

EDITORIAL 

La poesía sigue latiendo, por Alonso de Molina 

  

ARTÍCULOS LITERARIOS  CUENTO NARRATIVA  MICRORRELATO

Mujeres Forjando su Propio Destino: Resistencia y Empoderamiento a lo Largo de la Historia - Artículo

El amor es otra forma de lenguaje. Boda de género en dos tomas

Luna de Nieve por Alonso de molina- Artículo

La heroicidad de un valiente sacerdote  llamado Valentín por Alonso de Molina- Artículo

Esa gota de agua en el océano que llamamos poesía por Alonso de Molina- Artículo

Encuentro entre Oscar Wilde y Walt Whitman: ¿Realidad o Leyenda? por Javier Amable- Artículo
El último Tzántzico (cabezas reducidas) por alonso de Molina - Artículo

Especial Miguel Hernández en el 82 aniversario de su muerte por Alonso de Molina- Artículo
La frontera por Alonso de molina - Relato

Fuerza de gravedad, por José Villarroel Salazar- Microrrelato 

La bella y la arruga, por Libertad González -Microrrelato

La grulla agradecida, por Antonio Duque Lara - Cuento

 

LA VOZ DE LOS POETAS

Tres Poemas de Rhea Cristina. Rumanía

Ocho Poemas  de Jorge Tarducci. Argentina

Dos Poemas de Patricia Peñalver. Argentina

 

ENTREVISTAS. RESEÑAS. ENSAYOS

Entrevista a Raúl Gonzalo Arias Chancusi El último Tzántzico por Alonso de Molina

 
LIBROS, ACTIVIDADES Y EVENTOS

V Recital poético musical MUJER +  Espacio Escénico de Pulpí (Almería)

Dia Mundial de la Poesía-XIII Encuentro de las Artes y las Letras del Mediterráneo

Libros imprescindibles para leer esta primavera

 

Colección de Libros Poetas de Hoy & Escritores Norte Sur

De Sur a Sur Revista de Poesía y Artes Literarias

 

MENTORING
Cómo publicar un e-book en Amazon (por Javier Amable)

Derechos de Autor y Licencias Creative Commons 

¿El futuro del libro depende de las plataformas NFT? 

De Sur a Sur. Colaboraciones 

 

 

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jueves, marzo 28, 2024

A Miguel Hernández en el 82 aniversario de su muerte

Hoy recordamos al poeta y dramaturgo Miguel Hernández, una de las principales voces de la poesía española del pasado siglo. A pesar de su corta vida, dejó un legado poético que sigue resonando en el corazón de los lectores. Miguel Hernández, a pesar de las dificultades y la tragedia que marcó su vida, nos regaló una poesía intensa y llena de pasión. Su poesía sigue iluminando el camino y nos muestra la belleza, la verdad y la esperanza en el ser humano.


Especial Miguel Hernández 

en el 82 aniversario de su muerte


 Recordar a Miguel Hernández que desapareció en la oscuridad y recordarlo a plena luz, es un deber de España, un deber de amor. Pocos poetas tan generosos y luminosos como el muchachón de Orihuela cuya estatua se levantará algún día entre los azahares de su dormida tierra. No tenía Miguel la luz cenital del Sur como los poetas rectilíneos de Andalucía sino una luz de tierra, de mañana pedregosa, luz espesa de panal despertando. Con esta materia dura como el oro, viva como la sangre, trazó su poesía duradera. ¡Y éste fue el hombre que aquel momento de España desterró a la sombra! ¡Nos toca ahora y siempre sacarlo de su cárcel mortal, iluminarlo con su valentía y su martirio, enseñarlo como ejemplo de corazón purísimo! ¡Darle la luz! ¡Dársela a golpes de recuerdo, a paletadas de claridad que lo revelen, arcángel de una gloria terrestre que cayó en la noche armado con la espada de la luz!

 Pablo Neruda

 

 

Hoy 28 de marzo, se cumple el 82 aniversario de la muerte del poeta Miguel Hernández en la cárcel franquista de Alicante.

 

Miguel Hernández Gilabert nació un 30 de octubre de 1910 en Orihuela, en el lecho de una familia humilde en la que la necesidad laboral apenas dejaba tiempo para la educación. Pero eso no impidió a Miguel desarrollar un exquisito gusto por la poesía clásica española. 

Un fatídico día 28 de marzo, Miguel Hernández fallecería, se le dejó morir sin miramientos, sin más atenciones que su propia suerte, a la edad de treinta y dos años en Alicante. Corría el año 1942, y España se quedaba sin uno de los mejores dramaturgos de su historia. 

Desde jovencito, Miguel mostró no sólo una insaciable pasión por la poesía clásica, sino también una sensibilidad especial para ser él mismo quien la compusiera. Pronto empieza a formar parte de la tertulia literaria de Orihuela, donde conoce a Ramón Sijé, de quien se haría gran amigo. 

A partir de 1930, a la edad de veinte años, empieza a publicar poemas cortos en revistas como El pueblo de Orihuela o El Día de Alicante. Animado por cierto reconocimiento provinciano, viaja a Madrid lleno de ilusiones el 31 de diciembre. Pero en Madrid supo Miguel Hernández lo que es pasar hambre, recorría las calles de la capital de España con una carpeta bajo el brazo en busca de un editor que le diera una oportunidad; al no poder conseguir un empleo  regresa a Orihuela el 16 de mayo de 1932; no obstante esa primera tentativa en la capital de España le vale a Miguel para conocer a poetas de la Generación del 27 y tomar experiencia para su primer libro que publica en 1933: “Perito en lunas”. Ese mismo año regresa nuevamente a Madrid con nuevos bríos y traba amistad con Vicente Aleixandre  que a su vez le ayuda a introducirise en el mundo literario, y tiene la oportunidad de conocer a Pablo Neruda quien de alguna manera encauza su ideología política hacia el comunismo.

Establecido en Madrid, con continuas colaboraciones en distintas revistas, Miguel Hernández encuentra tiempo para escribir varias obras, entre las que destacan El silbo vulnerable, Imagen de tu huella y El rayo que no cesa. 

Conmueve saber que García Lorca no solo no sintiera simpatía por el poco refinado poeta de Orihuela, sino que tampoco sentía simpatía por la obra de Hernández.  No obstante encontró mejor acogida en el pintor Benjamín Palencia y de manera especial en la pintora surrealista Maruja Mallo (de quien se dice que fue amante) y en María Zambrano, filósofa y ensayista española. Etiquetaron a Hernández como un poeta cabrero, autodidacta y pobre, pero ni era autodidacta ni venía de familia pobre, aunque sí austera, estos extremos los aclara el escritor José Luis Ferris, autor de “Miguel Hernández: pasiones, cárcel y muerte de un poeta” en una nueva edición ampliada de la biografía que escribiera hace 12 años, desmitifica algunos tópicos sobre la figura de Miguel Hernández y su relación, por la que rompió su relación de noviazgo con Josefina Manresa,  que finalmente fue esposa y madre de sus dos hijos. “Al conocer a Mallo, -sostiene José Luis Ferris- Hernández se encuentra con la reivindicación de aquello de lo que él quería desprenderse: lo rural. El universo de Mallo en su muralismo, aquellas espigas y aquel mundo marítimo, es el mismo universo de Hernández y es que un cuadro de Maruja Mallo es un soneto de Hernández”. Mallo es considerada como artista de la generación del 27 y una artista de la denominada vanguardia interior española.

Cuando estalla la Guerra Civil, Miguel decide tomar parte activa de la misma, lo que le obliga a abandonar el país cuando ésta termina. Por desgracia es descubierto en la frontera con Portugal, donde es detenido y sentenciado a pena de muerte. Y, aunque su condena fue conmutada por una pena de treinta años de prisión, jamás llegó a cumplirla, ya que la tuberculosis acabó con el poeta el 28 de marzo de 1942 en una fría prisión de Alicante.

 

Poemario póstumo

No es uno de los libros más conocidos pero "El hombre acecha" (1938-1939), es un poemario póstumo de Miguel Hernández. se trata de un libro imprescindible para entender la angustia vital del poeta presagiando que  se avecinaba la derrota republicana. Nos habla de la brutalidad de la guerra, del desencanto, del hambre, de los heridos y de los culpables, es un libro donde Miguel demuestra ser un poeta juicioso, vigoroso, sencillo y asequible al lector medio con expresiones rotundas por haber vivido directamente el sufrimiento en los frentes de batalla. 

Hasta 1979 no se conoció por completo “El hombre acecha”, a causa del censurado poema “Los hombres viejos”, poema clave de este libro,   poema de denuncia ante las viejas tradiciones, burlas al poder, y recomendaciones de los que eluden la lucha. 

Está considerado “El hombre acecha” como una segunda parte de "Viento del pueblo" (1937), algunos críticos lo han llamado el reverso o el envés de este poemario al considerar que los dos poemarios forman un “corpus épico” resultado de su experiencia y de una cosmovisión poética común: la de denunciar los abusos y funestas consecuencias de la guerra.

 

Anécdota. El día que fusilaron a Miguel Hernández

A Miguel Hernández algunos le dieron por muerto y fusilado, tres años antes de fallecer en Alicante. Quizá fue un error o un malentendido, pero la cuestión es que algunos intelectuales exiliados a Cuba pensaron que Miguel Hernández había sido fusilado en Madrid el 20 de julio de 1939, cuando en realidad el poeta murió en marzo de 1942 en una cárcel de Alicante. 

La noticia causó una gran conmoción hasta el extremo de que se organizó un homenaje y se editó un libro de poemas póstumos del poeta, sin ser póstumos en realidad. La noticia prematura de su fallecimiento apareció publicada el 6 de agosto 1939 en la revista Carteles. En ese ejemplar, y firmado por Alejo Carpentier, venía una información titulada La muerte de Miguel Hernández, en la que Carpentier escribió que “el gran poeta campesino español, fue fusilado el jueves 20 [de julio] en Madrid por sentencia de un consejo de guerra. Delito: haber sido miliciano en la guerra”. El escritor cubano escribió en aquel artículo que, con las muertes de Hernández y Federico García Lorca, “perdieron las letras españolas a sus primeros poetas jóvenes”.

 

Musicalización de los poemas de Miguel Hernández

Los poemas de Miguel Hernández ha sido cantados y musicalizados por muchísimos músicos, cantaores, cantantes… entre los que podemos mencionar a Jarcha en su álbum Libertad sin ira. El cantaor Enrique Morente que rindió un Homenaje flamenco a Miguel Hernández. Joan Manuel Serrat  que valientemente en 1972 nos sensibilizó a toda una caterva de adolescentes adiestrados por el régimen de la imperante dictadura franquista. Dos años antes, en el 71, y como premonición del golpe de estado del fascista Augusto Pinochet contra el gobierno electo del  socialista Salvador Allende, el cantautor Víctor Jara musicalizó el poema “El niño yuntero” en su álbum El derecho de vivir en paz. Así  otros muchos cantantes como Adolfo Celdrán, Poncho, el rapero Nach, el cantaor Miguel Poveda o la joven cantante Silvia Pérez Cruz con una versión emocionante de la elegía a Ramón Sijé.

 

También el cantautor jienense Paco Damas, con la colaboración en el prólogo del malogrado Juan Gelman,  y las voces de la cantante española Pastora Soler y el mismísimo Luis Eduardo Aute, reedita en este año 2017 su disco "Tristes Guerras" (2009) con motivo del 75 aniversario de la muerte del poeta de Orihuela. El título del disco resume el espíritu de la obra de Miguel Hernández en palabras del cantante: "Tristes Guerras… Tristes, tristes guerras las que nos acosan día a día. Las guerras, esas guerras globales y personales que nos invaden y nos arrollan hacia una encrucijada de tristeza vital. La obra de Miguel Hernández está llena de luz, de ternura, de amor… Una invitación, 75 años después de su muerte al diálogo, a la palabra, a la no violencia, a la conciliación entre seres humanos".

 

No cesó tu rayo ni tu aliento

 

Nos das con tu palabra sin barreras
una canción, tan última o primera
que siendo sangre, verso y canto fuera
conciencia de la patria que abanderas.
 

Nacida para el luto fue la estampa
de coplas y palabras con tu anhelo;
perito en lunas de tan corto vuelo
que caídas tus alas en la trampa,
 

sin cordura ni juicio en sus inquinas,
te infringieron oprobios sin piedad;
para el pueblo, Miguel, que fuiste viento
 

al que el hombre acechó con sus espinas
no pudieron robar tu libertad
pues no cesó tu rayo ni tu aliento.

 

A Miguel Hernández (30-10-1910/28-03-1942) en el centenario de su nacimiento.
© Alonso De Molina 2010

 

Selección de poemas de Miguel Hernández

Vientos del pueblo 

Vientos del pueblo me llevan,
 vientos del pueblo me arrastran,
 me esparcen el corazón
 y me aventan la garganta.
 Los bueyes doblan la frente,
 impotentemente mansa,
 delante de los castigos:
 los leones la levantan
 y al mismo tiempo castigan
 con su clamorosa zarpa.
 No soy de un pueblo de bueyes,
 que soy de un pueblo que embargan
 yacimientos de leones,
 desfiladeros de águilas
 y cordilleras de toros
 con el orgullo en el asta.
 Nunca medraron los bueyes
 en los páramos de España.
 ¿Quién habló de echar un yugo
 sobre el cuello de esta raza?
 ¿Quién ha puesto al huracán
 jamás ni yugos ni trabas,
 ni quién al rayo detuvo
 prisionero en una jaula?
 Asturianos de braveza,
 vascos de piedra blindada,
 valencianos de alegría
 y castellanos de alma,
 labrados como la tierra
 y airosos como las alas;
 andaluces de relámpagos,
 nacidos entre guitarras
 y forjados en los yunques
 torrenciales de las lágrimas;
 extremeños de centeno,
 gallegos de lluvia y calma,
 catalanes de firmeza,
 aragoneses de casta,
 murcianos de dinamita
 frutalmente propagada,
 leoneses, navarros, dueños
 del hambre, el sudor y el hacha,
 reyes de la minería,
 señores de la labranza,
 hombres que entre las raíces,
 como raíces gallardas,
 vais de la vida a la muerte,
 vais de la nada a la nada:
 yugos os quieren poner
 gentes de la hierba mala,
 yugos que habéis de dejar
 rotos sobre sus espaldas.
 Crepúsculo de los bueyes
 está despuntando el alba.
 Los bueyes mueren vestidos
 de humildad y olor de cuadra:
 las águilas, los leones
 y los toros de arrogancia,
 y detrás de ellos, el cielo
 ni se enturbia ni se acaba.
 La agonía de los bueyes
 tiene pequeña la cara,
 la del animal varón
 toda la creación agranda.
 Si me muero, que me muera
 con la cabeza muy alta.
 Muerto y veinte veces muerto,
 la boca contra la grama,
 tendré apretados los dientes
 y decidida la barba.
 Cantando espero a la muerte,
 que hay ruiseñores que cantan
 encima de los fusiles
 y en medio de las batallas.

 

 

 

El niño yuntero 

Carne de yugo, ha nacido

 más humillado que bello,

 con el cuello perseguido

 por el yugo para el cuello.

 Nace, como la herramienta,

 a los golpes destinado,

 de una tierra descontenta

 y un insatisfecho arado.

 Entre estiércol puro y vivo

 de vacas, trae a la vida

 un alma color de olivo

 vieja ya y encallecida.

 Empieza a vivir, y empieza

 a morir de punta a punta

 levantando la corteza

 de su madre con la yunta.

 Empieza a sentir, y siente

 la vida como una guerra,

 y a dar fatigosamente

 en los huesos de la tierra.

 Contar sus años no sabe,

 y ya sabe que el sudor

 es una corona grave

 de sal para el labrador.

 Trabaja, y mientras trabaja

 masculinamente serio,

 se unge de lluvia y se alhaja

 de carne de cementerio.

 A fuerza de golpes, fuerte,

 y a fuerza de sol, bruñido,

 con una ambición de muerte

 despedaza un pan reñido.

 Cada nuevo día es

 más raíz, menos criatura,

 que escucha bajo sus pies

 la voz de la sepultura.

 Y como raíz se hunde

 en la tierra lentamente

 para que la tierra inunde

 de paz y panes su frente.

 Me duele este niño hambriento

 como una grandiosa espina,

 y su vivir ceniciento

 revuelve mi alma de encina.

 Lo veo arar los rastrojos,

 y devorar un mendrugo,

 y declarar con los ojos

 que por qué es carne de yugo.

 Me da su arado en el pecho,

 y su vida en la garganta,

 y sufro viendo el barbecho

 tan grande bajo su planta.

 ¿Quién salvará este chiquillo

 menor que un grano de avena?

 ¿De dónde saldrá el martillo

 verdugo de esta cadena?

 Que salga del corazón

 de los hombres jornaleros,

 que antes de ser hombres son

 y han sido niños yunteros.

 

 

La boca 

Boca que arrastra mi boca:
boca que me has arrastrado:
boca que vienes de lejos
a iluminarme de rayos.

Alba que das a mis noches
un resplandor rojo y blanco.
Boca poblada de bocas:
pájaro lleno de pájaros.
Canción que vuelve las alas
hacia arriba y hacia abajo.
Muerte reducida a besos,
a sed de morir despacio,
das a la grama sangrante
dos fúlgidos aletazos.
El labio de arriba el cielo
y la tierra el otro labio.

Beso que rueda en la sombra:
beso que viene rodando
desde el primer cementerio
hasta los últimos astros.
Astro que tiene tu boca
enmudecido y cerrado
hasta que un roce celeste
hace que vibren sus párpados.

Beso que va a un porvenir
de muchachas y muchachos,
que no dejarán desiertos
ni las calles ni los campos.

¡Cuánta boca enterrada,
sin boca, desenterramos!

Beso en tu boca por ellos,
brindo en tu boca por tantos
que cayeron sobre el vino
de los amorosos vasos.
Hoy son recuerdos, recuerdos,
besos distantes y amargos.

Hundo en tu boca mi vida,
oigo rumores de espacios,
y el infinito parece
que sobre mí se ha volcado.

He de volverte a besar,
he de volver, hundo, caigo,
mientras descienden los siglos
hacia los hondos barrancos
como una febril nevada
de besos y enamorados.

Boca que desenterraste
el amanecer más claro
con tu lengua. Tres palabras,
tres fuegos has heredado:
vida, muerte, amor. Ahí quedan
escritos sobre tus labios.

 

 

Llegó con tres heridas 

Llegó con tres heridas:

la del amor,

la de la muerte,

la de la vida.

Con tres heridas viene:

la de la vida,

la del amor,

la de la muerte.

Con tres heridas yo:

la de la vida,

la de la muerte,

la del amor.








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