Memoria y piedra. Del corazón, la mina.En sus cimientos vibra el oro que no vemos.
No es leve esta sangre de tierra,esta madera ciega como un alud de airecontra el viento, la ciega frontera entre la luzy la sombra, la espora lastimada día tras día,deshecha como el hielo entre las brasas.
Una ventana, a este lado de la casa,enciende el habitáculo interior donde el hambreen su llamada resplandece.
Y el hombre acalla su instinto como si fuera élla frontera entre estar vivo o muerto.
Hemos subido raudos. Las prisas no son buenas.Pero seguimos corriendo hasta encallar la luzque va doblando mis ojos, encubriendo el temblorde las hojas sometidas al destino.
Hoy vuelvo a ser materia que impacta en el vacío,pero seguimos solos y la burbuja creceinvadiendo escenarios y tiempos solapadoscon el franco deseo de encendernos, ser libresy apagar nuestras voces cuando esté todo dicho.
De qué sirven las brasascuando la nieve enciende el fríoy no se duerme el niño ni se despierta el hombre,dormido como un pájaro aterido de frío.
Cuando cumplí los años justos para quedarme quieto,vine a este lugar, sin pan ni aceite, pero con mucho soly horas en letargo calentando la yerba ajena a las horasy, si acaso, algún labio de mar me entregara algún beso,ni apagaría mi sed el agua ni anclaría mis raícesni en gritos sin palabras ni en palabras sin gritos.
Encendería, sí, la ávida memoriade aquel jazmín en flor que encalló en nuestras manoscomo parte del beso que a veces esquivamos.
No es un decir, la tierra sigue siendo redonday en su extensión el mar, a veces, tan vacíocomo el abrazo incierto donde a veces me miro.
Podría ser que la lluvia lamiera nuestros ojosy hundidos en la niebla todo nos parecieranoche, donde calles, estaciones y pájarosserían el cantar sin almade tantas primaveras enmohecidas.
Habría que pretender el oro,temblar en cada rama con gestos incendiariosque preñaran las hojas de latidos y besosy salvar el naufragio de tantas horas y días a la deriva.
Es tarde ya. No podemos seguir sentadosviendo crecer la nieve que escarcha nuestros huesosy enmudece las calles que nos hablan de aliento.
Hay que encender la sangre,dejar latir los labios y renacernos juntossin latidos de nieve en nuestros pulsos.
Gracias por leer y dejar un comentario en mis libros.
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