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miércoles, noviembre 19, 2025

Sí, cada mañana vengo mirándome al espejo



El tiempo vuela, nos arrastra, y seguimos repitiendo gestos, rutinas, inercias… como si la celeridad nos impidiera detenernos a transformar. Persistir en lo mismo pudiera ser una forma de resistencia, pero también un dolo, una tramoya, una trampa… la costumbre hace hábito, nos protege, pero sobre todo nos limita.  


No obstante, en la poesía, esa tensión entre lo que se repite y lo que se fuga suele convertirse en símbolo: el reloj que late, el río que nunca es el mismo, la palabra que se pronuncia igual pero nunca idéntica.  En la poesía, esa carencia se convierte en metáfora, el reloj como verdugo, el calendario como un campo de batalla, la agenda como un río que nunca se detiene. Pero también puede ser un recordatorio de que lo esencial cabe en lo mínimo, en un instante de atención, en un gesto compartido, en palabra escrita:

Entre lo sagrado y lo cotidiano, los poemas exploran la vulnerabilidad como forma de verdad, en un intento de equilibrar mente y espíritu.

Una travesía de palabras que no pretende concluir, sino seguir y persistir en la búsqueda.

Lo más fértil, tal vez, sea aceptar que el tiempo nos obliga a reinventar la manera de persistir: no "más de lo mismo", en todo caso “más desde lo mismo”, con variaciones, con grietas que dejan entrar la luz.  

En la poesía, esa carencia se convierte en metáfora: el reloj como verdugo, el calendario como un campo de batalla, la agenda como un río que nunca se detiene. Pero también puede ser un recordatorio de que lo esencial cabe en lo mínimo: un instante de atención, un gesto compartido, una palabra escrita.

Quién sabe, tal vez lo que late detrás de un pensamiento pudiera ser esa tensión entre la prisa y la necesidad de pausa. Ahí la poesía —o cualquier acto creativo— pudiera ser un refugio, un espacio donde el tiempo se expande o se detiene, según se mire, aunque tan solo sea por unos segundos.  

Los asuntos pendientes parecen multiplicarse y pareciera que nunca se acaban de cerrar del todo. Y no, esa acumulación no es tanto un fracaso, tal vez sea la forma de vida que estamos creando. 

De alguna manera lo inacabado nos recuerda que seguimos en el camino, que la obra, transcendental o creativa, está siempre dinámica, activa, abierta…

En la tradición poética, lo no resuelto, lo inconcluso, lo pendiente… suele ser abono fértil, tal vez el fragmento, la grieta, la pausa, lo que no se acaba de terminar, guarda fuerza, porque puede transformarse en cuerpo o esencia de algo que está por llegar.

Quizá esos “miles de asuntos” sean también semillas, esperando el tiempo propicio para germinar, entonces, por qué no convertir esa sensación “asuntos sin resolver” en una imagen poética que funcione como recordatorio, algo que celebre lo inacabado como parte de tu proceso.

Sí cada mañana me vengo mirándome al espejo: 
—Oh, maestro
–Sí, maestro

Tal vez ese mantra propio, genuino que nos nace del interior, y nos sigue resonando como el primer día. Sentirlo, observarlo, preservarlo… tiene esa cualidad de condensar lo esencial en una persistente vibración breve y repetible como un ritual de vida:

Persisto abierto
el vuelo del instante  
es mi morada

y no olvidemos, nunca olvidemos que lo inacabado también es un camino, que la prisa es ruido y la poesía es pausa. Quizá persistir sea reinventarse desde lo mismo.

Cuando lleguen los días, unos tras otros, seguiremos en el hilar de palabras, como vibración sonora trascendental que es el mantra, semillas de un futuro que es el día a día, y persistimos.

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Tuyo en la poesía,
Alonso de Molina