En sus ojos se hallaba toda la lluvia
y en sus manos de niña yacían los inciensos
de la calma y la tarde.
Había desplegado entre veranos cándidos
una canción plagada de orientes, llena de labios
y de horas cosidas a la carne y al verbo.
Yo buscaba en sus huesos mis latidos
y tantas horas verdes entregadas al fuego,
a la porción de sol que nutren sus pupilas
y a los eternos pájaros de agosto
que yacen sobre el mármol.
(Sobre su cuerpo exacto, arrullado en sus notas,respiraba voraz su perfume a madera. Sus labios y su vientre sabían a cerezas frescas y sus abiertas rosas buscaban en la noche la luz y el corazón. Y yo, a veces, esquivo la besaba con este labio amargo, con la pasión impúdica de una ternura contenida).
Precipitados ambos
en la suave fragancia de los limones
jugábamos a un mundo poblado de cigarras
ceñidos al destino y a las promesas mansas,
a nuestra condición de acuario,
reinventado la savia que nos nutriera los otoños
y las gotas de eternidad acumulada en nuestras vidas.
Liberada en las puertas de una casa hechizada
las formas de la vida transitaban jardines
forjando entre sus pétalos el cosmos vacilante
de una semilla sin relojes que alzaba entre sus senos
una luna escarchada y una espiga de fuego.
Dormida entre mis labios
le nacieron dos cisnes con las manos aladas
y una nube escarlata
que impasible sostiene los sámsaras y el mundo.
Bajo los pies de un pájaro solitario
una piedra callaba
y un helecho en su fronda de sílice
saciaba en los cristales el derramado liquen
de un agosto invocado.
puesto en LA DUEÑA DE AQUEL DICIEMBRE
.
El zen de las macetas. Fragmento
.
Ilustracion
Desnudo en rojo
Hannah Barnes
Técnica mixta sobre papel
15,5 cm x 18cm