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Versión 3 (71 versos)
No quisiera que llueva en esta ciudad,
su nombre no reconoce la lluvia,
no sabe de calles mojadas
ni de chapoteos anónimos.
El agua no le sienta bien a mi cabeza
y mi pelo ya no está para estas fatigas.
Los ojos de la lluvia -buscan la semilla-,
te miran muy de frente,
como si quisieran saber tu vida,
qué orillas te aletargan,
qué navegan tus ojos
con la mirada inquieta.
Alguna vez -salté algún charco- sí,
fue un juego donde todo consistía
en mojarse los pies y los zapatos nuevos.
No es que estuviera muy dispuesto -no-,
pero había que aparentar osadía.
Y me repito: es cosa de tontos
caminar por las calles
y ver solo espejos en el suelo,
espejos mojados donde poder mirarte,
abrazar tu sombra, sentir el lado oscuro.
No, no es que me sienta vacío
en los días de lluvia,
es sólo indiferencia y un poco de desdén.
Nada en la vida es tan simple como la lluvia:
una rebelión del cielo,
una imprudente rebelión a veces.
La gente enmudece si el cielo es impruden-te.
Pero yo he venido aquí
a decir que la amo,
que no existe otro amor en mi memoria
al que hoy pueda amar.
Podría gritar -gritarme-:
el amor es un golpe,
un balazo, una caída en vuelo libre,
o no tan libre,
pero caída grave en todos los casos.
Alguna vez estuve desnudo
recorriendo la arena de las playas.
No tuve más abrazos que su memoria,
ni más paisajes que sus ojos y su talle.
Así declinan los días con ella,
y el amor se distrae en cosas menores.
A veces, sí, uno es distraído,
pero el tiempo no deja de volar,
y mis pies desnudos
no dejan huella en su mirada.
Los labios se pierden
en paisajes sin sus ojos.
Es extraño no soñar que la amas.
Caminar entre sombras ayuda a soportar el calor,
pero recordar sus estallidos -sus lúbricos estallidos-
es un pronunciar de piernas y ruidos,
un regalo a un cuerpo y a un corazón mu-do,
un viento innecesario que abre heridas,
yertos dedos de manos bajo el frío.
Busco el calor, sus dedos y sus ojos,
y solo salen poemas que no valen nada,
flores desecadas estranguladas entre sus dedos.
La calle ha recortado el aire,
no hay caminos que salven el desastre.
Las palabras enferman y no hablan,
la noche y el día, cómplices del silencio.
Impronunciable la palabra amor,
impronunciables los sonidos del agua,
impronunciable el reflejo en los espejos.
Tal vez un orgasmo imposible,
una lectura ciega sin puntos ni comas,
un grito sin haber penetrado,
una sábana inquieta pero muda.
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Tuyo en la poesía,
Alonso de Molina