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miércoles, enero 08, 2025

Entiendo que la lluvia siga cayendo indiferente sobre mi cabeza (Poema para mi cumpleaños)




Nací en un mes de enero parecido a este donde el frio bajaba hasta el color de la esperanza, nací puro, supongo, como una almendra fresca que florece en la hierba. Después fui parte del paisaje azul donde el cielo y el mar reafirman sus colores mezclándolos con blancos y suaves calamochas. En aquel tiempo mi espalda soportaba los lunares y mis manos se asían a las tapias para trepar por ellas en busca de cualquier altura.
Pronto mi corazón empezó a sentir hambre,  fui hurgando por los filos de la nada mientras el tiempo era un torrente que buscaba mis cejas, y mis ojos brillaban mirando al infinito. Pero no supe ver entonces los cimientos del vértigo.  Me  crecieron cabellos  y apetitos en aquella ciudad de huesos retorcidos donde yo hurgaba el corazón del hombre buscando espejos donde afianzar mi destino, pero yacían los pájaros que inclinaban su aliento confiados en el devenir de los días. Me advirtieron, de buena fe, que no me dejara crecer las alas, que los pies deben caminar en línea recta y que el ADN de mi sangre debería apoyarse en acatamiento  y mansedumbre. 
Transitados los años, muchos años, creí entender que podría aliviarme añorando el pasado, pero hoy se que el hombre es carne y olvido. Que con alas de cera no se puede cruzar el fuego y que son los espejos los que  deben mirar hacia adentro; por eso me consuelo al pensar que en los últimos años por todo oficio busco sentarme frente al fuego, encender unas velas  y beberme la savia y la memoria y otra vez renacerme al mundo. El fuego es un oficio honesto, una forma directa de hacerme preguntas sencillas de difícil respuesta: –estoy orgulloso de mi? –qué he aprendido en estos años? –a quien tendría que pedir perdón? –a quién tendría que perdonar yo? 
Pero sigo teniendo sed. Y tengo miedo de que el cielo siga enfermo bajando sobre mí y se asfixien las fuentes de luz que pueblan mi cabeza. Ya no se oyen los ecos silbando en  la montaña. Ya no se ven los claros de luna allende el horizonte. Ya no descifro más enigmas. Pues algo así como un vendedor de hojas es lo que soy. Tan solo un vendedor con la mirada puesta en las hogueras esperando un incendio antes de urdir la senda que me hará  caminar desnudo entre las aguas.
Hoy que la música podría ser cantada en todos los idiomas, caigo en la cuenta de que no soy nada, de que nunca fui nada y de que mucho menos podré llegar a ser nada. En el fondo yo soy la NADA.
Entiendo que la lluvia siga cayendo indiferente sobre mi cabeza.
 

 

Un humano cualquiera. Fragmento.
Imagen y texto del autor. 11 enero 2014.

2 comentarios:

  1. Felicidades. Ser consciente de la finitud propia siempre es un buen motivo para reflexionar. Somos lo que ya vivimos, leímos y sobre todo, lo que sentimos.

    Un abrazo grande

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  2. Muchísimas felicidades mi querido amigo. Todo parece tan indiferente que termino pensando que nada lo es. Esa lluvia que nos renueva de arriba hacia abajo siempre nos recuerda dónde está nuestro centro, y cada gota cuenta, cada año cuenta, cada instante cuenta. Gracias por ser un año más. Un abrazo inmenso.

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Tuyo en la poesía
Alonso de Molina