En estos tiempos es obvio que la poesía está de moda, ha pasado el poeta de ser el bohemio, el soñador, el inadaptado… de ser el elemento incomprendido –incluso elemento negativo- a ser un referente –muchas veces ornamental- para buena parte de la sociedad, y me pregunto: ¿no se está aburguesando otra vez la sociedad o es la poesía la que busca el punto de confort?
¿Ha pasado la poesía de ser un grito hacia dentro, una reflexión constante que escruta los requerimientos, anhelos, tentaciones, miedos… a ser grito compartido en las redes sociales, más que como un llamado de atención al mundo, como manifiesto pregón de uno mismo para exhibir su agudeza y talento y recibir aprobación en forma de like y comentarios de admiración?
La poesía sigue emparentada con la burguesía y se conforman círculos cerrados aunque con ciertos atisbos de aparentar homogeneidad social.
El poeta, es cierto, puede parecer distante, algo reservado y simular desinterés, incluso cierto repudio a todo cuanto le rodea; no obstante hay poetas que, sin ser del todo herméticos, no frecuentan o no muestran especial agrado en codearse con la burguesía, burguesía que existe y es un “valor en alza”.
A fin de cuentas un poeta es un animal que, con fama de amar la soledad, suele dedicar el tiempo que otros dedican a tejer relaciones, a escribir y a leer, y además, sabiendo que nadie le pagará ni le reconocerá por ello.
En cualquier caso que cada uno sea como quiera ser y, particularmente, servidor como don Gabriel Celaya: “Maldigo la poesía concebida como un lujo cultural por los neutrales que, lavándose las manos, se desentienden y evaden”.
Porque la poesía en verdad es un arma cargada de futuro, y si algo puede salvar al mundo es la poesía, única arma de manos vacías y conciencia plena.
Personalmente, además, suelo decir: escribo para mí y escribo para la gente, no escribo para los acomodados ni para la burguesía ni para el academicismo ni para el poder. Prefiero ser poeta a ser reconocido como poeta.
La poesía está en la calle, ha entrado de lleno en nuestras vidas con toda la fuerza del desorden, con todo el inconformismo y todas las decepciones que podemos ser capaces de soportar. Y la aceptamos o rechazamos con la misma naturalidad con que dibujamos un corazón en la arena.
¿Acaso es útil la poesía? Frente al enunciado de Manuel Álvarez Torneiro, Premio Nacional de Poesía en 2013, “La poesía no sirve para nada, gracias a dios, pero es indispensable”, prefiero la petición manifestada por Sharon Olds, Premio Pulitzer de Poesía, entre otros importantes galardones, “Quiero que un poema sea útil” o la apreciación de la poeta y erudita hindú Meena Alexander: “La poesía es valiosa precisamente porque no es histórica ni política ni económica, porque no es parte del mundo de causa y efecto”.
Evidentemente vivimos en una sociedad tóxica, pervertida. Miremos el efecto climático, las guerras en nombre de la libertad y en nombre de dios; la corrupción política está generalizada en todo el planeta; visto lo visto, ¿vamos a aseverar que la poesía no sirve para nada?
El mundo cambia, para bien o para mal, en relación a cómo la gente actúa, a cómo la gente percibe el mundo. ¿No conlleva la poesía una reflexión constante? El poema es el puntal de la obra del poeta y va paralelo a la existencia del ser humano. ¿La poesía no sirve para nada? No legisla, no es un producto que genere grandes oportunidades de negocio, pero va fraguando conciencia colectiva, y ya es frase hecha; fue el poeta inglés Percy Bysshe Shelley, quien –un año antes de su muerte- en 1821 manifestó, en su obra “En defensa de la poesía” lo que podría ser llamado “el derecho divino de los poetas”, de alguna manera “los poetas son los legisladores no reconocidos del mundo”, el intelecto poético, per se, genera, sí o sí, algún tipo de poder.
El mundo necesita la poesía. Tal vez, un verso, sea la llave que abre ciertas puertas cerradas.
Alonso De Molina
¿Ha pasado la poesía de ser un grito hacia dentro, una reflexión constante que escruta los requerimientos, anhelos, tentaciones, miedos… a ser grito compartido en las redes sociales, más que como un llamado de atención al mundo, como manifiesto pregón de uno mismo para exhibir su agudeza y talento y recibir aprobación en forma de like y comentarios de admiración?
La poesía sigue emparentada con la burguesía y se conforman círculos cerrados aunque con ciertos atisbos de aparentar homogeneidad social.
El poeta, es cierto, puede parecer distante, algo reservado y simular desinterés, incluso cierto repudio a todo cuanto le rodea; no obstante hay poetas que, sin ser del todo herméticos, no frecuentan o no muestran especial agrado en codearse con la burguesía, burguesía que existe y es un “valor en alza”.
A fin de cuentas un poeta es un animal que, con fama de amar la soledad, suele dedicar el tiempo que otros dedican a tejer relaciones, a escribir y a leer, y además, sabiendo que nadie le pagará ni le reconocerá por ello.
En cualquier caso que cada uno sea como quiera ser y, particularmente, servidor como don Gabriel Celaya: “Maldigo la poesía concebida como un lujo cultural por los neutrales que, lavándose las manos, se desentienden y evaden”.
Porque la poesía en verdad es un arma cargada de futuro, y si algo puede salvar al mundo es la poesía, única arma de manos vacías y conciencia plena.
Personalmente, además, suelo decir: escribo para mí y escribo para la gente, no escribo para los acomodados ni para la burguesía ni para el academicismo ni para el poder. Prefiero ser poeta a ser reconocido como poeta.
La poesía está en la calle, ha entrado de lleno en nuestras vidas con toda la fuerza del desorden, con todo el inconformismo y todas las decepciones que podemos ser capaces de soportar. Y la aceptamos o rechazamos con la misma naturalidad con que dibujamos un corazón en la arena.
¿Acaso es útil la poesía? Frente al enunciado de Manuel Álvarez Torneiro, Premio Nacional de Poesía en 2013, “La poesía no sirve para nada, gracias a dios, pero es indispensable”, prefiero la petición manifestada por Sharon Olds, Premio Pulitzer de Poesía, entre otros importantes galardones, “Quiero que un poema sea útil” o la apreciación de la poeta y erudita hindú Meena Alexander: “La poesía es valiosa precisamente porque no es histórica ni política ni económica, porque no es parte del mundo de causa y efecto”.
Evidentemente vivimos en una sociedad tóxica, pervertida. Miremos el efecto climático, las guerras en nombre de la libertad y en nombre de dios; la corrupción política está generalizada en todo el planeta; visto lo visto, ¿vamos a aseverar que la poesía no sirve para nada?
El mundo cambia, para bien o para mal, en relación a cómo la gente actúa, a cómo la gente percibe el mundo. ¿No conlleva la poesía una reflexión constante? El poema es el puntal de la obra del poeta y va paralelo a la existencia del ser humano. ¿La poesía no sirve para nada? No legisla, no es un producto que genere grandes oportunidades de negocio, pero va fraguando conciencia colectiva, y ya es frase hecha; fue el poeta inglés Percy Bysshe Shelley, quien –un año antes de su muerte- en 1821 manifestó, en su obra “En defensa de la poesía” lo que podría ser llamado “el derecho divino de los poetas”, de alguna manera “los poetas son los legisladores no reconocidos del mundo”, el intelecto poético, per se, genera, sí o sí, algún tipo de poder.
El mundo necesita la poesía. Tal vez, un verso, sea la llave que abre ciertas puertas cerradas.
Alonso De Molina
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Alonso de Molina