miércoles, agosto 10, 2016

Días pares e impares. Julián Borao



Escribo desde el cero, sumo y resto palabras buscando un resultado”.
Julián Borao. Días pares e impares.

Son las 9 de la tarde. Es una hora amorfa. Imprecisa. Pero es una buena hora, más si la tarde ha logrado calmar el viento de estos días. Las noticias de la tele solo hablan de los Juegos Olímpicos, de los tejemanejes politicastros y de la media hora de fama del friki o la famosilla de turno. Desde hace dos días, quiero decir dos noches, vengo escuchando a Ella Fitzgerald y Joe Pass, si el álbum de ambos “Duets in Hannover – 1975” me gustó, “Again – 1976” me deja prendado de la voz de Ella;  la Fitzgerald muestra todo el dulce y toda la sensualidad como para hacer que te eleves con la calma tranquila del incienso.  Él, Joe Pass, logra que la guitarra parezca un piano de cola por la sonoridad y la limpieza de sus notas. El tardío té de hoy no pierde su fuerza, lleva azahar, son hojas puras que hacen calmar aún más el buen temple de la tarde. Tarde, otra más, que tengo entre mis manos el libro de poemas “Días pares e impares”, firmado, como no, por su autor, mi amigo, Julián Borao.

Es difícil escoger solo algunos versos. Días pares e impares, de Julián Borao, es un libro denso, con una madurez poética que advierte que hay poeta para rato, para muchos años; respecto a obras anteriores se advierte un uso más desenvuelto del lenguaje y logra expresarse meridianamente y a través de poesía, sobre los acontecimientos que han sucedido en un espacio importante de su vida: “De entre todas las vidas que he podido vivir / me aferro a las cuestiones del instante”. Borao se manifiesta en estos versos, de calado zenista, con la complejidad del que se afirma cómodo en el vacío existencial, a la vez que busca “las palabras conocidas” para dejarse llevar en “este extraño asombro de existir”.

¿Es un libro autobiográfico? No necesariamente, pero el poeta, en Días pares e impares, nos permite entrar en su propio mundo ahondando en el misterio del tiempo, de los días, lo perdido, lo vivido, lo recobrado… y a la vez, Julián Borao, nos invita a penetrar en los recovecos del ser humano, en su naturaleza más íntima, haciendo de la poesía una página en blanco que –antagónicamente- lo muestra todo.

“Escribo desde el cero, sumo y resto palabras buscando un resultado”. Quién nos puede asegurar que no busca, la poesía, nuestros ángulos oscuros; esa parte desconocida, intrínseca, que nos despierta sensaciones que oscurecidas nos habitan como costras soldadas a las emociones. Y,  milagro, simplemente un verso, nos hace tragar saliva despertándonos sensaciones latentes, tal vez vencidas, arrinconadas en alguna cavidad vacía, en algún ángulo muerto de nuestras emociones. Julián Borao, expone en Días pares e impares, una poética humanizada, empática con los lectores que podrán verse reflejados en muchas de sus elucubraciones.

Percibo la poesía de Julián Borao, como una poesía orientada hacia la búsqueda de una lírica  libre de artificios pero a la vez rica en recursos estilísticos. “No sé dónde ha quedado la mañana / no sé dónde han quedado mis olvidos / se han quedado, quizás, en la otra vida / que persigue la vida que ahora vivo / y que secuestra a veces las mañanas / que sin saberlo quedan para siempre”.

Tantas veces que no sabemos expresar con palabras nuestras emociones nuestros sentimientos y lo peor, no sabemos o no nos atrevemos a expresarlo con acciones sencillas como una sonrisa, un guiño de ojo, un apretón de manos, un abrazo, un beso... La poesía es capaz de hallar nuestros ángulos oscuros y ayudarnos,  a salvar cualquier obstáculo emocional, tal vez mental. “Quizá intenté vivir cada minuto / o reinventé rutinas / del código que habita en lo escondido”.

En un poema las palabras no son palabras. Las palabras pueden ser un rumor a mar, un aire lleno de oxígeno, un horizonte amable, un amor, un recuerdo entrañable, una puerta abierta, un hogar. “Pueden mis ojos perseguir la sombra / de los días que vuelven / recordando tu nombre”.

El lector tiene la opción de leer un poema o no leerlo y si lo lee tiene, tiene la facultad de interpretarlo,  de ver pájaros o nubes negras. El lector es el verdadero protagonista y  dueño del poema. El poeta no. El poeta, en cambio, no tiene la oportunidad de escribir lo que desea escribir. El poema se escribe por sí mismo, el poeta es tan solo un instrumento de la poesía. Y el poema puede ser esa ráfaga de viento que abre las ventanas para mostrarte ese mundo que tal vez tenías arrinconado en algún ángulo dormido de tus emociones. Lector y  poeta son complementos del poema.

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Alonso de Molina

miércoles, julio 20, 2016

"Esto me sucede por haberte besado por encima de mis posibilidades". Amaia Barrena






"Esto me sucede por haberte besado por encima de mis posibilidades"

Escucho a B.B. King. La tarde está en calma, apenas alguna suave brisa que tan dócil se puede tocar con el rostro de frente sin que pestañeen los ojos; breves ráfagas de aire que -aun viniendo sin nombre- sé que se dirigen a mí. Sientan bien a estas horas en que el calor del último día de julio parece darnos tregua y permite el acomodo en la terraza. Bebo té. Una mezcla de té verde, té jazmín y yerbabuena recién cortada. En la mesa varios libros de la última redada –Javier Arnáiz, Julián Borao, Óscar Alberdi, sí, también el recordado Oscar, y Amaia Barrena-. Tengo que decidirme por alguno. Son cuatro libros de poemas y me están mirando, yo también los observo mientras escancio un primer vaso de té desde una altura suficiente como para que coja oxígeno y potencie su sabor.  Bebo un primer sorbo en  tanto me hago la pregunta de siempre, – ¿qué puedo esperar de un poema, de un libro de poemas? – ¿Acaso sonreír, pasar un rato agradable, los tópicos de siempre, tal vez emocionarme…? De momento esto es lo que hay, unos textos, un puñado de poemas, un firme para respirar –supongo-  y de alguna manera nos curte y nos recuerda que seguimos siendo humanos, demasiado humanos, con sus emociones, sus dudas, sus debilidades, sus virtudes y sus miedos.
 Sin mirar al montón de libros que aguardan sobre la mesa, estiro el brazo derecho, mientras el izquierdo asciende nuevamente dirigiendo el vaso de té a mi boca, y cojo uno de ellos, el azar ha querido que sea el de la jovencísima Amaia Barrena.

 CAFEINA PARA INSOMNIOS PROMISCUOS. El título ya es suficientemente sugerente como para entrar sin llamar. Las letras, los versos de Amaia Barrena me reciben de buen grado. Leo el prólogo y conforme avanzo entre las páginas parece que el libro va creciéndose a la vez que mi interés por leerlo de principio a fin. 

 Antes de seguir debo decir que soy una de las personas afortunadas que ha recibido CAFEINA PARA INSOMNIOS PROMISCUOS firmado y dedicado por la propia autora. Y antes de seguir mi reseña, debo decir además que a los pocos minutos de despedirme de Amaia ya empezaba a extrañarla.

 La poesía de Amaia Barrena está surtida de figuras alegóricas, imágenes y metáforas que se apoyan unas con otras para crear estrofa tras estrofa un mundo donde la sensualidad, el erotismo y el amor, es mostrado a través de un lenguaje fresco, campechano, directo, pero a la vez antagónico, con toda la fuerza, las dudas y la  disconformidad propia de la juventud de la autora. El amor como actitud ante la vida, como una apuesta al todo o nada: “llevo tantas copas encima que no me caben en el lavavajillas, que colgarme de un árbol sin banqueta habría sido menos estúpido y más productivo que colgarme de ti”.

 Su lenguaje es urbano, coloquial, lleno de matices, algo irónico, sarcástico: “ soy el tornillo que te falta para comprender cuánto necesitas un amor pasado de rosca”.

 Amaia Barrena, escribe desde la perspectiva de sus años, es poesía libre, pero no pierde ritmo ni interés la lectura de sus versos, sabe conjugar los tiempos y mantener en vilo al lector: “por fortuna para mí, mi pie derecho se ha quedado sordo y se niega, dado su estado, a seguir bailándote el agua al segundo paso de vino, a ofrecer mis labios tras el tercero como un sólido aceite con el que engrasar las húmedas bisagras de tus piernas”.

 Es además ingeniosa y divertida sin dejar de ser poesía lo que escribe: “No encuentro el bar con la barra de pegamento apropiada para suturarme el ánimo roto”, o “crees que podríamos construir juntos el metálico esqueleto de un monopatín y darle esta vez a nuestro amor paralítico la oportunidad de ir sobre ruedas”. Nos lleva verso a verso, Amaia Barrena con su lenguaje intenso a conclusiones como esta: “Sí, me merezco esta crisis nerviosa. Esto me sucede por haberte besado por encima de mis posibilidades”.

 Prosigue Amaia Barrena con un repertorio algo inusual en poesía, mezclando versos con ibuprofenos, vitrocerámicas, Chupa Chups, dietas celíacas, tallas, Ikea… y todo este desvarío por un tropieza con la cafeína para insomnios promiscuos: “Me gusta tenerte en la punta de la lengua, pronunciarte sin preservativos. / Lástima que ya vuelva a ser viernes, ahora que no recordaba que no me quieres como te quiero. / ”el mundo es un pañuelo de papel que a cambio de un beso tú me vendes en cada semáforo en que nos detenemos”.

Vuestro en la poesía
©Alonso de Molina

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en estos sitios donde puedes ver algunos de mis trabajos.


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"Esto me sucede por haberte besado por encima de mis posibilidades"

Escucho a B.B. King. La tarde está en calma, apenas alguna suave brisa que tan dócil se puede tocar con el rostro de frente sin que pestañeen los ojos; breves ráfagas de aire que -aun viniendo sin nombre- sé que se dirigen a mí. Sientan bien a estas horas en que el calor del último día de julio parece darnos tregua y permite el acomodo en la terraza. Bebo té. Una mezcla de té verde, té jazmín y yerbabuena recién cortada. En la mesa varios libros de la última redada –Javier Arnáiz, Julián Borao, Óscar Alberdi, sí, también el recordado Oscar, y Amaia Barrena-. Tengo que decidirme por alguno. Son cuatro libros de poemas y me están mirando, yo también los observo mientras escancio un primer vaso de té desde una altura suficiente como para que coja oxígeno y potencie su sabor.  Bebo un primer sorbo en  tanto me hago la pregunta de siempre, – ¿qué puedo esperar de un poema, de un libro de poemas? – ¿Acaso sonreír, pasar un rato agradable, los tópicos de siempre, tal vez emocionarme…? De momento esto es lo que hay, unos textos, un puñado de poemas, un firme para respirar –supongo-  y de alguna manera nos curte y nos recuerda que seguimos siendo humanos, demasiado humanos, con sus emociones, sus dudas, sus debilidades, sus virtudes y sus miedos.
 Sin mirar al montón de libros que aguardan sobre la mesa, estiro el brazo derecho, mientras el izquierdo asciende nuevamente dirigiendo el vaso de té a mi boca, y cojo uno de ellos, el azar ha querido que sea el de la jovencísima Amaia Barrena.

 CAFEINA PARA INSOMNIOS PROMISCUOS. El título ya es suficientemente sugerente como para entrar sin llamar. Las letras, los versos de Amaia Barrena me reciben de buen grado. Leo el prólogo y conforme avanzo entre las páginas parece que el libro va creciéndose a la vez que mi interés por leerlo de principio a fin. 
 Antes de seguir debo decir que soy una de las personas afortunadas que ha recibido CAFEINA PARA INSOMNIOS PROMISCUOS firmado y dedicado por la propia autora. Y antes de seguir mi reseña, debo decir además que a los pocos minutos de despedirme de Amaia ya empezaba a extrañarla.
 La poesía de Amaia Barrena está surtida de figuras alegóricas, imágenes y metáforas que se apoyan unas con otras para crear estrofa tras estrofa un mundo donde la sensualidad, el erotismo y el amor, es mostrado a través de un lenguaje fresco, campechano, directo, pero a la vez antagónico, con toda la fuerza, las dudas y la  disconformidad propia de la juventud de la autora. El amor como actitud ante la vida, como una apuesta al todo o nada: “llevo tantas copas encima que no me caben en el lavavajillas, que colgarme de un árbol sin banqueta habría sido menos estúpido y más productivo que colgarme de ti”.
 Su lenguaje es urbano, coloquial, lleno de matices, algo irónico, sarcástico: “ soy el tornillo que te falta para comprender cuánto necesitas un amor pasado de rosca”.
 Amaia Barrena, escribe desde la perspectiva de sus años, es poesía libre, pero no pierde ritmo ni interés la lectura de sus versos, sabe conjugar los tiempos y mantener en vilo al lector: “por fortuna para mí, mi pie derecho se ha quedado sordo y se niega, dado su estado, a seguir bailándote el agua al segundo paso de vino, a ofrecer mis labios tras el tercero como un sólido aceite con el que engrasar las húmedas bisagras de tus piernas”.
 Es además ingeniosa y divertida sin dejar de ser poesía lo que escribe: “No encuentro el bar con la barra de pegamento apropiada para suturarme el ánimo roto”, o “crees que podríamos construir juntos el metálico esqueleto de un monopatín y darle esta vez a nuestro amor paralítico la oportunidad de ir sobre ruedas”. Nos lleva verso a verso, Amaia Barrena con su lenguaje intenso a conclusiones como esta: “Sí, me merezco esta crisis nerviosa. Esto me sucede por haberte besado por encima de mis posibilidades”.
 Prosigue Amaia Barrena con un repertorio algo inusual en poesía, mezclando versos con ibuprofenos, vitrocerámicas, Chupa Chups, dietas celíacas, tallas, Ikea… y todo este desvarío por un tropieza con la cafeína para insomnios promiscuos: “Me gusta tenerte en la punta de la lengua, pronunciarte sin preservativos. / Lástima que ya vuelva a ser viernes, ahora que no recordaba que no me quieres como te quiero. / ”el mundo es un pañuelo de papel que a cambio de un beso tú me vendes en cada semáforo en que nos detenemos”.
Vuestro en la poesía
©Alonso de Molina

lunes, julio 04, 2016

Afganistán. Diario de un soldado. Guillermo de Jorge






 
 

 Algo ocurre cuando uno puede sentirse cazador o presa. Una crispada razón que nos lleva a refugiar nuestra individualidad en el seno mismo de la palabra, llámale servicio a la patria, oficio o culto, llámale liturgia, ceremonia… llámale X,  llámale poesía.
 
 En el libro “Afganistán,  diario de un soldado”, del que es autor Guillermo de Jorge, las distintas secciones van precedidas de reflexiones del propio autor y citas célebres -más o menos conocidas- que van metiendo al lector en las entrañas  de lo que viene a continuación, como una advertencia para que preparemos el cuerpo y la conmoción, y que las sacudidas no nos afecten demasiado.
 
 Pero no tema el lector, no es un libro que trate exclusivamente de la guerra, no son escritos de muerte; se trata de textos, poemas, que se expresan  desde la emoción más íntima, como alaridos que irrumpen despertando emociones en circunstancias extremas donde tú como persona, eres tan sólo parte de la casualidad, como si en una partida de dados te hubiera tocado alejarte de lo que más amas –esposa, hijos, familia, amigos…-  para pelear contigo mismo:  "yo| ,| aquí| , |un| hombre libre tan sólo| preso de los hombres| que luchan| golpeando las puertas del infierno".
 
 Así, las manos del soldado respiran con entereza, sin querer ser un depredador para él mismo y sin temor a enfrentarse con la realidad de su oficio, apunta con sus letras al dolor, pero también a la vida, en la certeza de que en el peor de los casos, si se ha de morir: “morir con la firme convicción de que hicimos todo lo posible por evitarlo”.
 
 Afganistán,  diario de un soldado”,  puede despertar en el lector recónditas emociones, algún impulso atávico;  puede provocar miedo, el hombre al acecho del hombre, el ser humano con la insufrible responsabilidad de tener que matar y de tener que exponerse a ser matado, sin que la mano del que dirige el rebaño no se exponga a una sola salpicadura de sangre; pero la tinta con la que firma las órdenes no detiene hemorragias ni llantos ni lutos ni huérfanos ni exilios ni pobreza ni hambre… “aborrezco a un dios que nos ha hecho | a su imagen y semejanza | : | ser miserable no tiene límites para el hombre.
 
 La principal virtud en el ejército es obedecer;  la virtud de pensar no está contemplada en la disciplina militar. El mundo es una trinchera que se explaya. Los soldados mueren y matan en pos de la paz. Pero no aprende el mundo de experiencias pasadas y la guerra va ocupando nuevas posiciones siendo imposible saber dónde está la guerra y, quien es el enemigo. Tan sólo hombres como simple instrumento de los hombres que desde los despachos imperan y deshacen el mundo: “Hay muertos que no hacen ruido, como los que mueren en silencio, mientras lees este diario”.
 

 Imagen portada del libro, autor Fernando Barrionuevo.